Es diez de enero de 1910, y en la segunda página del periódico soriano «Juventud», suelta en una esquina, aparece una modesta octavilla de Rima más bien extraña. Debajo, un nombre: Gustavo Adolfo Bécquer, que había muerto cuarenta años antes. Decía así: «Vivió quien aquí reposa / cual los que me escuchan viven. / ¡Cuán útil lección reciben / solo al mirar esta losa! / La vida más prodigiosa / La mejor felicidad / Solo hay de verdadero / Sepulcro y Eternidad». Al poemilla, desconocido hasta entonces, no lo acompañaba ninguna explicación, y se quedó allí sin hacer mucho ruido. Tampoco era tan raro: se publicaban muchos versos en la prensa del momento...
Sea como fuere, esta composición nunca se recogió en ninguna edición de las Rimas, y pasó desapercibida hasta que el investigador Luis Caparrós Esperante, de la Universidad de La Coruña, supo de su existencia gracias a un «chivatazo» y decidió rastrear su pista. Nadie sabe cómo llegó el poema al periódico, ni si tenían el manuscrito original. Pero había un dato importante: se publicaba en Soria. No era extraño allí encontrar a gente cercana al círculo de su viuda, Casta Esteban, que pudiera haber conseguido algún inédito del poeta. «Nos ha quedado la imagen de que con la revolución del 68 Bécquer perdió sus papeles y tuvo que reconstruir de memoria las Rimas. No es cierto. Sabemos que nunca se quedó sin ellos. Y él fue regalando estos poemas sueltos aquí y allá entre sus muchos amigos», explica Caparrós Esperante a ABC.
A partir de aquí esta historia entra en el terreno de la suposición y el tanteo, y se fundamenta en la calidad del poema, que está bastante lejos del mejor Bécquer. Eso nos lleva hasta otro gigante de las letras españolas, Antonio Machado, que en 1908 recibió como regalo de bodas dos autógrafos de Bécquer, proporcionados por el segundo marido de la madre de la mujer del poeta de las golondrinas. Él los describió así: «Dos composiciones inéditas que seguramente Bécquer no hubiera publicado». Y añade: «Yo las quemé en memoria y en honor del divino Gustavo Adolfo».
Años después, ya en 1943, Gerardo Diego relata una experiencia parecida, tras recibir, también, dos autógrafos de Bécquer que no se ve con «derecho a imprimir». ¿Por qué? «Alguna o algunas (Rimas) mejor hubiera sido dejarlas inéditas como sin duda lo habrá hecho el poeta a tener tiempo de disponer él mismo su testamento lírico a la posteridad», zanja.
Caparrós Esperante cree que tanto Diego como Machado (que nunca quemó nada, en su opinión) están hablando de los mismo textos, y que uno de los dos era esta nuestra Rima perdida. «Cronológicamente todo coincide. Y la descripción que ellos nos proporcionan se ajusta a esta poesía. Yo apostaría casi sin dudarlo porque sea el mismo poema», asevera. De la calidad, insiste en que no todo lo que escribe un autor está a su mejor nivel, pero que en cualquier caso esta Rima no «empaña» a Bécquer, sino que «ayuda a que lo entendamos mejor».
Quizás nunca podamos saber si realmente él escribió estos versos o son apócrifos. Pero de lo que no hay duda es de que este romántico dejó muchas hojas sueltas por el camino: desahogos de letraherido. Esta, por ejemplo, la pudo haber escrito en el entierro de alguien cercano.