Joe Biden todavía vuela en las encuestas demócratas. Sabe que la hecatombe laborista en Reino Unido refuerza sus posiciones. Así, durante un mitin en California glosado por Politico, advertía a los suyos del peligro de radicalizarse. «Mirad lo que sucede cuando el Partido Laborista se mueve muy, muy a la izquierda». La idea parece evidente. Frente a las ocurrencias y el maximalismo de los socialistas, de los candidatos de la ruptura, la revolución y el cambio de paradigma, el ex vicepresidente con Barack Obama entiende que es el momento de la centralidad, la experiencia, la cautela. La batalla será la de la conquista del voto moderado. Y las encuestas parecen confirmar las intuiciones de Biden.
A pesar del impeachment, que lo castiga de forma indirecta por las andanzas de su hijo Hunter Johnson en la gasística ucraniana, que le pagaba 50.000 dólares mensuales, y a pesar también del auge de sus rivales, la suma de los sondeos le da un 26,4% de apoyo frente al 17,3% de Bernie Sanders y el 14,8% de Elizabeth Warren. Los otros moderados, Pete Buttigieg, alcalde de South Bend, que sonó durante semanas como la única alternativa posible en el espacio de la moderación, y Michael Bloomberg, ex alcalde de Nueva York y una de las grandes fortunas de EE.UU., apenas cosechan un 9,4% y y 4,7% respectivamente. Biden está lejos del 35,3% de apoyo que cosechó el pasado junio, pero aventaja de forma sólida a sus competidores más cercanos. Bien, la suma de Sanders y Warren dispara una teórica candidatura unificada hasta el 32%. Pero está por ver que vaya más allá de la teoría. Aparte, una cosa son los votantes en las primarias, con algo de misioneros o cruzados de la causa, y otra los electores en 2020.
Apenas unas horas antes de que el partido conservador arrasara con unas cifras inéditas desde la victoria de Margaret Thatcher en 1987, todavía muchos comentaristas afirmaban que el rumbo del laborismo británico era ya el único antídoto ante la ola populista en EE.UU. Frente a Trump y sus excesos, más socialismo. Contra la retórica incendiaria, una elocuencia de signo opuesto igual de robusta e, incluso, violenta. Normal que un escritor como Jonathan Chait, en New York Magazine, haya publicado un artículo inclemente, titulado «La izquierdista estadounidense consideraba que la victoria inevitable de Corbyn será su modelo». Se trata de un repaso atroz a varios años de predicciones hiperbólicas y hurras por Corbyn.
Al otro lado del ring un exultante Donald Trump advierte en el triunfo del premier británico un anticipo de sus propias victorias. «¡Enhorabuena a Boris Johnson por su gran VICTORIA!», escribió en Twitter, «Gran Bretaña y Estados Unidos ahora serán libres para lograr un nuevo acuerdo comercial, masivo, después de BREXIT. Este acuerdo tiene el potencial de ser mucho más importante y más lucrativo que cualquier pacto que pueda firmar con la con la UE. ¡Celébralo, Boris!».
Por supuesto que esto no significa que pueda exportarse sin más problema la particular realidad del Reino Unido, tensionada hasta extremos insoportables por el Brexit, con el ecosistema político estadounidense. Aunque los paralelismos resultan evidentes.
El principal, que tanto Johnson como Trump, el primero un producto de la exquisita educación de Eton y Oxford, el segundo hijo de un constructor millonario de Nueva York, han sido capaces de reinventarse como los campeones de los desposeídos, los underdogs y los obreros clase trabajadora estrangulados por la pérdida de empleos y el derrumbe de de la industria tradicional. Y lo han logrado al cuestionar los dogmas, largamente aceptados por el establishment a izquierda y derecha, de la globalización.
Un segundo nexo tiene mucho que ver con la imagen, bien cultivada, de navegantes solitarios frente a la acometida de las élites. Sin olvidar la creciente espectacularización de la política contemporánea, que premia a los especialistas en los debates más embarrados y ruidosos. Normal que en CNN Stephen Collinson advierta contra los debates excesivamente ideologizados de las élites del partido demócrata, que alejan a los candidatos de las preocupaciones de sus votantes tradicionales. Claro que Mark Landler, del New York Times, subraya una diferencia crucial: a diferencia de Trump, adicto a la polarización, Johnson ha enarbolado la bandera del consenso, las virtudes de la unión. Si había un candidato que generaba controversias y fobias en Reino Unido no era el ex alcalde de Londres sino el líder laborista. Quizá sea el único consuelo al que pueden agarrarse Sanders y Warren.