El Atlético ya se reconoce en el espejo. Otro buen partido, el tercero seguido, de los colchoneros según el modelo de siempre. Empuje, velocidad, potente defensa y mucho remate. Al fin llegaron los goles después de una lluvia de ocasiones.
Suceden tantas cosas en el Wanda en el primer acto que aquello parece el Circo del Sol, una atracción detrás de otra, sin tiempo para que el ojo descanse, se propaguen las ganas de charla con el vecino o asalten las quejas por esto o aquello. El Osasuna no asoma asustado en Madrid, sino que impone un criterio apenas amanece el partido. Juega a ganar, busca con decisión los guantes de Oblak y separa la línea de defensa de su portero, dejando metros y una franja desocupada cerca del área.
La sesión es divertida y mitiga el frío imperante a las afueras de Madrid junto a la M40. Oblak interviene dos veces en cinco minutos, decisivo, porque los pelotazos de Fran Mérida y Darko Brasanac iban dentro. Al Atlético lo espolea la ambición de los navarros, crecidos porque, visto lo visto, el Wanda tiene que animar a los suyos desde el minuto uno. Aparece Joao Félix deslumbrante, por encima de la media, eléctrico al girarse, con la siguiente jugada en la cabeza, siempre perpendicular a la portería de Herrera.
Es el jugador diferente, tocado por el don divino, que recuerda a la parroquia colchonera que su historia también es pródiga en futbolistas de categoría técnica superior. Caminero, Kiko, Futre, Schuster, Alemao, Kun Agüero, Griezmann... La calidad de Joao Félix desbarata la telaraña navarra y descubre a un futbolista menos conocido y mediático que se erige en el personaje de la noche.
Es Sergio Herrera, el cancerbero del Osasuna, imponente en la primera parte. Él solo clausura un bombardeo de los atléticos, desatados a partir de la valentía de Thomas para romper, la técnica y velocidad de Joao, el empuje de Morata, algún pase de Lemar y el inesperado desparpajo del canterano Manu Sánchez, sustituto de Lodi en la banda izquierda.
Herrera despeja, bloca, sale y para en una secuencia apabullante del Atlético, que llega de todas las maneras al remate y se queda sin gol. El cabezazo de Joao Félix al larguero, dos contras de Morata, un trallazo de Thomas, un tiro a bocajarro con poca ángulo de Lemar, otra del portugués... Una sinfonía de ocasiones que desvela dos realidades: excesivos en el ardor, a los atléticos les falta sosiego para enfrentarse al gol y el portero visitante tiene su día.
Los navarros cometen un error común. Perder tiempo por ser visitantes. Su juego profundo y determinado que genera nuevas oportunidades bloquedas por Oblak se desvanece por los parones, las lesiones fingidas, ese mundo de la triquiñuela tan natural en el fútbol. Osasuna ya sabe lo que quiere del partido: consumir minutos.
Al Atlético le sale espuma por la boca porque el tiempo pasa, su empuje no decrece pero el balón no entra. A Morata le sobrepasa el ansia viva, la pega a romper cuando la situación requiere sutileza. Se contagia su equipo: Correa también remata fuerte en vez de colocar. El Atlético se adueña del juego y se expresa elocuente, pero el gol llega por la vía ortodoxa: un magnífico centro curvado de Trippier y la elevación poderosa de Morata para picar el cabezazo. El partido se raja porque el Osasuna se tambalea y el Atlético se calma. El segundo gol lo tiene todo: potencia y vapor. Saúl entra como un bisonte y la pica suave. Fin de la historia.