Un autor, lo saben los lectores, es una voz. Un tono, una musicalidad y una cadencia. La relación entre quien lee y quien escribe rebasa el límite del texto. Los grandes creadores logran el milagro de hablar al ser ojeados. Un poderoso cambio de sentidos sucede en quien pasa las páginas: escucha. El susurro se vuelve —Bekett, lo explotó como nadie— compañía mientras se va dando el maravilloso proceso de la narración. Borges, no habla igual que Cortázar. Tampoco, Kundera como Sebald. Magris tiene un toque distinto al de Calasso, a pesar que sus literaturas se parecen y se acercan.
Una biblioteca es, antes que otra cosa, un almacén de voces. Y en este evento no es necesario que el lector comparta idioma o tiempo con el escritor. Tampoco la voz que un lector atribuye a Borges es la misma en otro lector de Borges. Lo espantoso de este mundo digital es el trastorno. YouTube almacena, por ejemplo, a Neruda recitando sus poemas. Lo que puede ser maravilloso se convierte en abrumador: el joven que había fabricado la voz de boina negra del chileno, de pronto se enfrenta con la real. El golpe perturba. Hay algo de romántico en no saber cómo hablaron Tolstoi, Stendhal o Cervantes. Porque sus palabras exclamarán por muchos siglos a oídos nuevos, eternamente nuevos.
Ocurre que Amos Oz en Una historia de amor y oscuridad se la pasaba hable que hable. La poderosa oralidad del pueblo judío encuentra aquí un gran ejemplo de belleza. No es una autobiografía. Es un relato de una época, de una comunidad, de un pueblo. Oz cuenta su mundo, y al mundo. La infancia de Amos transcurre entre el inicio de la Segunda Guerra Mundial (1939) y el nacimiento del Estado de Israel (1948). Todo lo que sucedió entonces marcó profundamente su destino. Como Bashevis Singer o como Albert Cohen, Oz va platicando cómo eran sus padres, cómo su barrio y los pequeños grandes detalles: las llamadas entre Jerusalén y Tel Aviv, los marxistas, los personajes chejovianos, los artistas, los sionistas, los revolucionarios, los que no consiguieron curarse de su germanidad, los arribistas, los cosmopolitas egocéntricos de tipo decadente, los enemigos de Sión y los viejos de antes de la guerra.
Al contarse, Oz va convirtiendo a su lector en una mirada de intrigas, pequeños hechos encantadores o dolorosos en los que nunca hubiera reparado. ¿Que se debe regalar en un cumpleaños? ¿Gladiolas, una caja de bombones, un pañuelo blanco? ¿Comprar queso árabe en Jerusalén podría considerarse un acto de importación o de consumo propio? Esta inocente pregunta sigue siendo de complicada respuesta. Una historia de amor y oscuridad es una crónica de un hombre, pero también de la difícil relación entre el pueblo judío y el árabe y del Estado de Israel con el resto del mundo después del 45. La vida está construida sobre diversos caminos. La oralidad de Amos Oz describe cómo fue tomando el suyo (o los suyos). Quien escucha descubre —poco a poco— que entre el escritor y el lector solamente se elabora un delicioso diálogo de voces en silencio.
ÁSS