Como empeñado en remarcar la tendencia dominante esta temporada el Real Madrid, después de caer en Zaragoza (84-67, la mayor derrota del curso) sumó en su feudo la decimocuarta victoria consecutiva. Una racha que en la Euroliga se extiende también fuera de la capital española y que, con la de ayer ante el Valencia, va ya por siete, 9-3 para le equipo de Laso y el liderato a un soplo.
El frío, sensación térmica y ambiental en un WiZink prenavideño, lo contrarrestó el Madrid saliendo con dos triples de Causeur y otros tantos de Randolph sin fallos de por medio. Dubljevic, también a pares y San Emeterio hicieron lo propio y, con la defensa blanca aún algo tibia, costaba adivinar grandes diferencias sobre la pista. Campazzo y Loyd se sumaron al concurso y el partido cogió ritmo de exhibición, como a la espera de errores que invitaran a encenderse, pero lo cierto es que la vista la pulcritud en el tiro, limpios todos los intentos, cambiar el asunto era una maldad (21-20).
Todo era pausado, contemplativo hasta que la pelota caía en manos de Campazzo, un reloj con más prisa que el resto, tan atinado cuando el partido pide achuchones como cuando toca ponerlo entre hielo. Suya fue la canasta que, al filo del bocinazo, daba ventaja al Madrid al final del primer cuarto (30-29).
Tobey saltó del banco con ganas y matuvo al Valencia en la pelea, nueve puntos en un rato y apenas máculas para el neoyorkino, líder valencianista desde el poste alto. El Madrid no fluía pero tampoco perdía la ventaja, pequeña pero suficiente para vivir en una calma sufragada por la impresión de que uno de sus ya clásicos arreones de lucidez bastarían para despegarse.
Entretanto se iban sumando algunos secundarios, con Laprovittola y Thomkins aprovechando para acumular kilómetros. En estampas como esta, ver no ya jugar a Rudy, tan solo su manera de estar sobre la pista, basta para dibujar el perfil de un competidor que no entiende de momentos. Un arrebato defensivo de Carroll despertó un tímido entusiasmo en la grada, a la par que ayudaba a despejar el aire funcionarial que el duelo tenía pegado (53-49).
Conforme se arrimaba el Valencia se animaba Campazzo, triple a poco que Vives le diera un respiro, asistencias para alimentar la viveza de Deck. La dificultad, en el Valencia, la ponía Dubljevic, un incordio para Tavares, incómodo cada vez que el pívot montenegrino lo obligaba a alejarse del aro. Hubo decisiones arbitrales discutidas, también por un Laso que empecinado a pedir a los suyos que se juntasen en defensa. En ese sentido, creció el Madrid con Mickey, retratado después en un tapón de anuncio puesto por Tobey. No fue el highlight de la noche porque segundos después Carroll mandó el partido al desenlace con diez puntos de ventaja para los locales con un triple lejanísimo en el último suspiro que, sumado al otro con el que inauguró el apretón en el arranque del último cuarto, dejó el encuentro semiresuelto. De tener posesión para ir al tramo final con cinco puntos por remontar, el Valencia se encontró de pronto con una montaña de 17 (87-70). No hubo más historia que una batalla estéril en el WiZink, encantado el pabellón de ver cómo su equipo no cede un centímetro en su cancha.