En 1677, como cuenta en «Los errantes» la reciente Premio Nobel de Literatura Olga Tokarczuk, en la Catedral de San Vito de Praga, se podían ver, guardados en un tarro de cristal de Bohemia, los pechos de Santa Ana, así como las cabezas del mártir San Esteban y la de San Juan el Bautista. También, mucho más lejos de allí, en el supuesto mundo aún no civilizado, los maoríes tenían la costumbre de momificar las cabezas de los miembros de sus familias muertos, guardándolas en señal de luto.
Durante mucho tiempo, hasta llegar a nuestros descreídos e «irreverentes días», cuerpo y alma, espiritualidad y materia que se retiene en la tierra, negándose a morir del todo, caminaron estrechamente unidos. Así se narra en el apasionante mosaico de mil y una historias de turistas y viajeros, de aventuras científicas y espirituales, de huidas y búsquedas que se entrelazan («mi peregrinación es siempre en pos de otro peregrino») que es este magnífico libro de Olga Tokarczuk, galardonado en su día con el Premio Man Booker Internacional y con el Premio Nike (el equivalente al Goncourt en Polonia).
Una advertencia
Libro fascinante, sin género, como sucedía con Los anillos de Saturno y tantos otros de W. G. Sebald, Los errantes tiene como tema central un elogio y defensa del nomadismo y de la errancia. En él, recorriendo siglos y ciudades desde Viena, San Petersburgo, Amsterdam y Varsovia hasta la isla de Vis en Croacia, se incluye asimismo una advertencia. Una amenaza que siempre pesa contra ese movimiento perpetuo que anima a seres humanos y a especies de todo tipo a no dejar nunca de desplazarse.
En el otro lado está la quietud, la aceptación y el impulso a «asentarse», tan deseado desde siempre por los tiranos: «Los tiranos, de cualquier calaña, llevan en su sangre el odio a los nómadas, por eso persiguen a gitanos y judíos». Una voz de fondo recorre insistentemente la obra de Tokarczuk, diciendo «márchate, aléjate». Huyendo de Estados, Iglesias, de gobiernos, los errantes de Tokarczuk se ponen sin cesar «en camino», ya sea en aviones, ferrys, trenes, autobuses o en carruajes que atraviesan la frontera de incógnito llevando el corazón de Chopin, de París hasta Varsovia. Los gendarmes prusianos comprueban meticulosamente los equipajes, no vaya a ser que «introduzcan en la Polonia rusa de mediados del XIX algo que pudiese alentar las ridículas aspiraciones de liberación de los polacos». Polacos expertos en rebeliones y levantamientos.
Mosaico de mil y una historias de turistas y viajeros, de aventuras científicas y espirituales
Potente nación desaparecida durante más de cien años, ese «dolor fantasma» por las partes sucesivamente amputadas en favor de los grandes Imperios, Tokarczuk lo haría reencarnarse simbólicamente en uno de los más apasionantes personajes que atraviesan ese constante cruce de caminos y destinos que se dan la mano en su libro: el cirujano y anatomista flamenco Philip Verheyen (1648-1710), amputado de una de sus piernas, que siempre conservó con él en estado de momificación, sería el creador del concepto de «miembro fantasma». Un dolor que se sigue sintiendo a pesar de la amputación del miembro.
Historias entre reales, fantásticas y metafísicas en las que el cuerpo, los tejidos humanos, alcanzan, saltando épocas y países, una enorme y estremecedora fuerza alegórica. ¿Atravesarán por fin libres de cargas este mundo todos esos cuerpos troceados y mostrados en museos, en gabinetes de curiosidades y en salas de disección, en universidades o clases de autopsia con decenas de estudiantes volcados en el misterio que antes iluminó unas vidas muchas veces desgraciadas, marginales, ya fueran de una prostituta o de un negro de Nigeria disecado junto a «animales salvajes» en el Museo Imperial de Viena? El espléndido recorrido de Tokarczuk atraviesa siglos de infamia, de humillaciones, de piedad y compasión por tantos y tantos olvidados de la Historia.
«Los errantes». Olga Tokarczuk
Narrativa. Anagrama, 2019. 400 páginas. 20,90 euros