José María Pemán lanzaba sus ironías sobre la consigna «cada hombre un voto», que el sufragio universal enarbola orgullosamente, considerándola una versión devaluada de ciertas tendencias filosóficas que gustan de sustituir la razón por la voluntad. En teoría, el sufragio universal sirve para determinar «lo que el país quiere». Pero el «querer» es una facultad bastante insegura: lo primero que quiere el hombre, nada más nacer, es la luna… Y así hasta el día de su muerte, en que sigue queriendo cosas imposibles, como ir al cielo, habiendo sido más malo que la sarna.
Por querer, la gente quiere muchas veces cosas quiméricas. De ahí que el sufragio universal -proseguía Pemán- haya sido siempre corregido por alguna «cautela extralegal». Antaño esa...
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