Rafael Gómez Amoedo, de 60 años, disfrutaba el pasado sábado de una cena con un amigo en un restaurante de Vilaboa (Pontevedra) cuando, de pronto, todo a su alrededor se fundió a negro. Unos trozos de carne mal ingeridos podrían haberle costado la vida por asfixia de no ser por tres policías que, casual y afortunadamente, se encontraban también en el local mientras estaban fuera de servicio y que no dudaron un instante en acudir en su ayuda.
Los agentes, un guardia civil que le practicó la maniobra de Heimlich y dos policías, uno nacional y otro del cuerpo local del Vigo, que le ayudaron en las tareas de reanimación, consiguieron, con una actuación cuanto menos heroica, salvar la vida de Rafael, quien para cuando arribaron los servicios sanitarios ya había recobrado la conciencia y expulsado la comida con la que se había atragantado.
Días después, ya recuperado del susto, el comensal no ha dudado en expresar su gratitud al Director General de la Policía, a quien se ha dirigido en una carta y le ha recordado que, «de no haber sido por dos de sus hombres, yo no estaría escribiendo estas líneas». «Es para mí un verdadero orgullo saber que gracias a la ayuda de sus agentes, Iván Casalderrey y Elías Peón, sigo vivo [...] Me veo en la obligación de pedirle a usted que estos dos policías merecen el mayor de los reconocimientos por una intervención memorable que es, a mi parecer, el mayor de los regalos que podían hacerme: la vida», concluye la misiva. Un sobresalto que pudo haber acabado en tragedia de no haber sido por «los conocimientos y la entrega desinteresada» de los oficiales.
