Todo alrededor de Banksy es un circo de costosa producción, en el que él interpreta la totalidad de personajes –el principal y los secundarios, el de “Robin Hood antisistema” y el de especulador infalible. Durante el día, azote del mercado y del neocapitalismo; durante la noche, hombre de negocios capaz de elevar la cotización de sus obras hasta los diez millones de libras.
Parece que, en su versión “buena” y anticapitalista, pretende ahora controlar el mercado de su obra, con el propósito de que ésta no se convierta en un nuevo pozo de petróleo para los inversores. Para tal fin, ha lanzado una tienda online denominada Gross Domestic Product en la que se venderá merchandising de su particular universo artístico desde las 10 hasta las 850 libras.
Las condiciones de venta contemplan que, ante cualquier sospecha de reventa y especulación por parte del comprador, se podrá cancelar la operación. Del mismo modo, toda la nueva obra que salga de su factoría será obligada a habitar durante dos años una suerte de limbo de alegalidad: el equipo encargado de autentificar sus piezas –el denominado Pest Control– no verificará su originalidad hasta pasado este periodo, con el objetivo de evitar una rápida reventa y el consiguiente desquiciamiento de sus precios. Hasta aquí tenemos al “Banksy-Jekyll” –aquel que se opone a las dinámicas depredadoras del mercado.
Pero ¿y si este control exhaustivo de su obra no fuese sino una estrategia para incrementar el deseo del coleccionismo sobre ella? Como en la Ley Seca, todo lo que se prohíbe en el “mercado A” termina por dispararse en el “mercado B”. En esta sociedad regida por la ley de la oferta y de la demanda, todo aquello cuya circulación se dosifica y cuya adquisición se convierte en “difícil”, incrementa exponencialmente su valor.
De ahí que, tratándose de un genio del marketing y de las finanzas como Banksy, cualquier sospecha de manipulación que se ponga sobre la mesa tendrá muchos visos de responder a una realidad. En rigor, ¿nos encontramos ante un intento por reconducir sensatamente la cotización del arte de Banksy, o, por el contrario, el fin último es potenciar su carácter de “artículo de lujo”? Quizá las dos cosas a la vez: Jekyll y Hyde.