Cuando quieres saborear algo, ya sea un momento, una bonita experiencia, una deliciosa conversación o un alimento en espacial, hay que hacerlo despacio, sin atrabancarse con sendas tarascadas, que harán que lo vivamos rápido, pero sin haberlo disfrutado, pues tal parecería que estábamos desesperados y pensábamos que se nos iba, tanto, que lo terminamos antes de tiempo, y se nos fue.
En los negocios también pasa esto quizás con más frecuencia de lo que esperamos:
Me acaban de incrementar mi sueldo, ya sé en qué me gastaré la diferencia, en la compra de ese nuevo auto que tanto quiero, ahora sí me alcanzará a pagar el crédito.
Qué rica langosta a la jardinera y mousse de almendra, pidió mi jefe para la cena del consejo. “¡Qué rápido comiste!” me dijo, “¡eres el primero que finaliza!”; “y eso que es la segunda vuelta!”, dijo el de al lado.
Con el ascenso que tuve, me merezco una oficina grande y un auto mejor, con base en la propuesta que me hicieron hoy; espero esta misma semana quede todo.
Aunque solo venga a dormir a este lujoso hotel, está amparado bajo la política de la compañía, ya haré reducción de gastos en otros renglones, por las bajas ventas.
Yo estimo que todas las metas planeadas para el año las puedo llevar a cabo en los primeros seis meses; “¿qué paso, por qué no cumpliste tus objetivos?” “Me vi muy presionado en los primeros meses y no me alcanzó el tiempo, jefe”; “pues tu desempeño es de medio crees en esta ocasión, solo una oportunidad más”.
El grupo de tres ha estado platicando muy rico durante un par de horas, me piden mi opinión sobre la historia de Roma, pero por algo terminé conversando del cine actual; sus películas y sus escuelas, así como de series de TV, de inmediato pidieron la cuenta. ¿Por qué?
Es que se la pasa hablando y hablando y no dice nada, y aquel que solo dice dos o tres palabras es al que siempre le va bien. ¿Qué pasa? Es de sabios saber escuchar.
Es preferible dar mordiscos pequeños para vivir el momento en su proceso, y no atrabancarse; es un ingrediente clave de la vida.
