La dictadura teocrática iraní ha decidido responder a los esfuerzos de la comunidad internacional para mitigar su aislamiento con una nueva provocación, cuyos efectos estratégicos pueden ser terriblemente perjudiciales para la estabilidad de la región. Al anunciar oficialmente y a través de la televisión que se dispone a multiplicar por diez la producción de sus centrifugadoras atómicas, Teherán manifiesta su intención de ignorar sus compromisos con la comunidad internacional a cambio de levantar las sanciones económicas. Con este gesto, le da la razón a Estados Unidos, que fue el primero en abandonar el acuerdo porque desconfiaba de la sinceridad de las promesas iraníes respecto a sus intenciones de dotarse de armamento nuclear. Hacer este anuncio coincidiendo con el 40 aniversario del asalto a la Embajada norteamericana es un agravante que no hace sino reafirmar el carácter perverso de esta decisión. Para la Unión Europea, que durante décadas ha dedicado el grueso de sus esfuerzos diplomáticos a tratar de construir y mantener en pie este acuerdo con Irán, la respuesta del régimen de los ayatolás constituye también una bravata que no se corresponde con el apoyo que ha recibido. Todo lo que ha hecho la Unión para mantener sus promesas de cooperación comercial a pesar de las terribles presiones norteamericanas ha servido de bien poco y ha sido correspondido con pasos decididos hacia la confrontación. Que Irán llegue a tener armas nucleares aún no es inevitable, pero si los dirigentes del régimen teocrático se empeñan en mantener este rumbo equivocado obligarán a la comunidad internacional a tomar medidas cada vez más graves para evitarlo.