Si un personaje histórico pudiera estar orgulloso del autor que le ha reivindicado, no hay duda de que Concepción Arenal hoy estaría henchida de agradecimiento hacia Anna Caballé (Hospitalet de Llobregat, Barcelona, 1954). Su biografía «Concepción Arenal, la caminante y su sombra» (Taurus) fue ayer galardonada con el premio Nacional de Historia de España, dotado con 20.000 euros. Un reconocimiento que confirma a Caballé como una de las más prestigiosas representantes de la literatura auto/biográfica en nuestro país.
El jurado ha insistido en el hecho de que Arenal es un personaje «no lo suficientemente conocido pero importante en la Historia de España». ¿Qué losa cayó sobre ella para que fuera olvidada?
En parte porque ella tuvo un importante papel como activista y eso nos hizo olvidar que detrás había un pensamiento y un deseo de reformar las estructuras sociales y culturales españolas. Mi biografía reivindica su importancia como pensadora, y eso es lo que la sociedad española no ha tenido en cuenta, ni tuvo en cuenta en su tiempo. Ella siempre se identifica con la imagen de la voz que clama en el desierto, una mujer que se da cuenta de que por ser mujer no se la tiene en cuenta. Ella iba muy adelantada para su tiempo y los tiempos posteriores. Aparte del reconocimiento que siempre hará Victoria Kent de ella, aquello murió con la Guerra Civil y su figura se olvida por completo.
Fue adelantada para su tiempo hasta el punto de que hay quien la considera la madre del feminismo español.
Más que madre, yo diría pionera del feminismo, porque escribe dos libros, «La mujer del porvenir» y «La mujer de su casa», que son muy reivindicativos de las contradicciones de una sociedad que puede tener una Reina de España pero, en cambio, una mujer no puede ser funcionaria de correos. Es una ambivalencia completamente injustificada. Arenal era muy crítica con las mujeres de su tiempo.
¿Y por qué?
Sobre todo con la mujer burguesa que carecía de una preocupación por el bien común, que no estaba comprometida políticamente y sólo estaba pendiente de su casa, de sus cosas, y entendía que los asuntos públicos no eran de su competencia. Ella reivindica que el bien común es de todos, también de las mujeres, y la mujer tiene que comprometerse con los deberes de su tiempo. En ese sentido, ella era crítica y no fue muy bien entendida por las mujeres. Y, sin embargo, después hemos sido las mujeres las que le hemos ayudado a salir de ese olvido.
De ese ostracismo al que fue condenada como tantísimas otras mujeres, por otra parte.
Exactamente. Una de las tareas que tiene el feminismo, que es una tarea moral, es la de rescatar el valor y las aportaciones que mujeres del pasado hicieron a la cultura de España.
Cosa que hacen a través de la asociación Clásicas y Moderna, que usted preside.
Hacemos lo que podemos, pero trabajamos en esa dirección de favorecer la cultura de la igualdad y rescatar a las figuras que en el pasado tuvieron mucha importancia, como ella, por ejemplo.
Usted se mueve en los círculos literarios, intelectuales, universitarios... ¿Qué papel ocupa ahí la mujer en España?
En el campo de la educación, un papel principalísimo, por ejemplo en las facultades de Letras, en Humanidades, las mujeres debemos ocupar entre el 60 y el 70% de los puestos docentes, y lo mismo cabe decir de los estudiantes, fundamentalmente son mujeres las que nutren nuestras aulas. La mujer ha tenido siempre una relación muy intensa con la cultura, porque la ha considerado una herramienta fundamental para salir de la situación de marginación en la que ha vivido, siempre le hemos dado a la cultura una gran importancia. Otra cosa es que la mujer no haya tenido herramientas suficientes para estar en los puestos de poder que diseñan las políticas educativas. Ahora sí, ahora tenemos una ministra de Eduación, por ejemplo, pero ha costado mucho que las mujeres ocuparan puestos de poder y pudieran aportar su experiencia a un cambio.
Habla de puestos de poder y a mí se me vienen a la cabeza las cuotas.
Claro. A nadie le gustan las cuotas, pero ahora se ve que son necesarias. Por ejemplo, en la política las cuotas han tenido un efecto en poco tiempo muy visible, muy importante; si no hubiera sido por las cuotas, esto no hubiera pasado.
Y, sin embargo, son todos hombres los candidatos a la presidencia en las Elecciones Generales que se celebran el próximo domingo.
Correcto, pero eso está a punto de cambiar.
¿Usted cree?
Sí, esta es mi opinión.
Además ya no está la excusa de la preparación. Ahora todos pertenecen a generaciones en las que hombres y mujeres están igualmente preparados.
Por supuesto, aunque yo creo que hay algo en las mujeres por lo que no somos tan competitivas y, por tanto, estamos más acostumbradas a ceder el número uno, el liderazgo, a los hombres, que en ese sentido siempre han mostrado mayor capacidad para abrirse camino. Yo veo el proceso de incorporación de la mujer imparable, esto no tiene vuelta atrás, nos puede costar más o menos, pero es evidente que estaremos en los principales puestos de Gobierno en poco tiempo. Además, es que es casi de mal gusto que no haya una mujer defendiendo a la mitad de la población, que tiene unos intereses, particularidades y necesidades muy concretas.
Usted es profesora de Literatura Española en la Universidad de Barcelona. ¿Cómo ha vivido los acontecimientos que han tenido lugar en las aulas universitarias en Cataluña?
Los estoy viviendo, porque estamos en ello, con la mayor preocupación. Estamos sufriendo uno de los momentos más difíciles de la Historia de España reciente, y me acuerdo mucho de Concepción Arenal, porque una de sus preocupaciones éticas era cómo solventar el cainismo español, la confrontación continua. Forzosamente tenemos que encontrar espacios de convivencia. Tenemos que obligarnos todos a encontrar soluciones y superar que grupos radicales intenten que eso no ocurra.
¿Qué le parecen las facilidades dadas por ciertos rectores a los estudiantes para que, por ejemplo, no se presenten a un examen si quieren acudir a una manifestación o hacer huelga?
Me parece mal, porque creo que nosotros somos sujetos de derechos y de obligaciones. Entonces, un derecho es ir a la huelga, pero también el derecho de otros estudiantes es asistir a clase, y el derecho de unos no puede conculcarse por el de otros. Me parece que eso significa una devaluación del nivel de exigencia que debemos tener ante cualquier eventualidad.
Antes mencionaba el cainismo. Yo me pregunto si se ha roto la convivencia en Cataluña.
Yo creo que no. A veces las sociedades, como cualquier organismo vivo, tienen crisis de crecimiento, e igual estamos en una crisis de crecimiento de la que podemos salir reforzados, mejores. Es verdad que la situación actual ha fomentado mucho una fractura social y en las relaciones, también en las intelectuales, pero yo quiero verlo como un momento de transición, es decir que podremos superarlo.
Hace unas semanas, Gonzalo Portón se quejaba en una entrevista de que «los intelectuales catalanes han sido muy cobardes». ¿Está de acuerdo?
No estoy de acuerdo con la palabra, no es una cuestión de cobardía, sino que quizá los intelectuales hemos esperado, hemos pensado que la política era quien tenía que resolver esa situación y, entonces, quizá hemos delegado excesivamente en la política. Pero la gente ha tomado partido, la sociedad civil se ha manifestado, hay una presencia pública de los intelectuales constitucionalistas muy importante. Otra cosa es que el constitucionalismo no haya ido más allá de expresar su opinión frente a un independentismo que ha demostrado una gran capacidad organizativa.
¿Es optimista?
Creo que no podemos permitirnos dejarnos llevar por el pesimismo. El momento es difícil, pero tenemos herramientas suficientes y la madurez suficiente como para resolver esta situación.