LA HABITACIÓN 112 del hostal Piqué es una celda monacal con dos camas mellizas cubiertas por colchas de falso terciopelo, visillos de tul ilusión, un enorme dispositivo de aire acondicionado, una silla y un mínimo escritorio sobre el que reposa el ordenador del autor, que rompe con el resplandor de su pantalla la penumbra del habitáculo. Estamos en un hotel de paso en un pueblo donde nunca pasa nada. Al menos, desde la batalla del Ebro, hace 81 años, la más sangrienta de la Guerra Civil, que se dejó en estas colinas de Cavalls y Pàndols muchos miles de muertos. “Aquí no viene nadie. Solo se acuerdan de nosotros para bombardearnos”, mascullan sus vecinos.