Una vez me dijo que se sentía «un farmacéutico de la cultura». Por aquel entonces comparaba a los clientes con enfermos y les despachaba los libros con y sin receta. También los fabricaba en la trastienda, como los boticarios antiguos, publicando por su cuenta obras clásicas o inéditas en ediciones elegantes, delicadas, compuestas con exquisito mimo y atención estética. Fue actor universitario en la época del Esperpento de Alfonso Guerra y siempre que pudo volvió a las tablas -le recuerdo una excelente «Tempestad» de Shakespeare, con Roberto Quintana, en el sevillano Lope de Vega- con su voz cavernosa y su potentísima presencia. Desde los tiempos de la Transición organizaba tertulias literarias, sacaba revistas, firmaba reseñas y movilizaba en mil eventos...
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