Los restos del líder del Estado Islámico (EI), Abu Bakr al Bagdadi, que voló por los aires tras detonar un chaleco explosivo, ya duermen bajo las olas. Acabó igual que Osama Bin Laden, cuyo cadáver fue sepultado en el mar para evitar que su tumba atrajera a los fanáticos. Parece que de su muerte hay testimonio gráfico, fotografías y vídeos grabados por los drones y los comandos especiales. Al menos eso confirmó el jefe del Estado Mayor del Ejército de EE UU, el general Mark A. Milley, para posteriormente asegurar que desconoce si serán difundidos.
Fue otro hombre cercano a Bagdadi, Mohamed Ali Sajet, el que habría proporcionado la información clave para dar con su paradero. Al menos eso explicaba ayer CNN, que había podido hablar con alguien cercano a la operación, y que asegura que Ali Sajet, miembro desde 2015 del califato que aterrorizó Siria e Irak, fue detenido por el Ejército iraquí hace dos meses y comenzó a cooperar con los equipos antiterroristas. Fue gracias a él que pudo ubicarse al clérigo asesino en la frontera noroccidental de Siria, previo paso por otro colaborador, muerto en una operación antiterrorista que permitió acceder a documentos sensibles. Sajet ha hablado de un Bagdadi acorralado, escondido en un foso en el desierto disimulado con una jaima en el exterior, aislado de casi todos y poco a poco menos capaz de coordinar la insurgencia. «Utilizamos la inteligencia humana y nos acercamos», le ha dicho la fuente de la inteligencia iraquí a la CNN, y su declaración subraya, precisamente, el temor que existe en el Pentágono a que EE UU pierda con su retirada todo el trabajo y todos los contactos establecidos sobre el terreno en la lucha contra el EI.