Incrédulo, la tarde del viernes el cartujo interrumpe la lectura de un libro imprescindible para estos tiempos: Sobre la tiranía (Galaxia Gutenberg, 2017), de Timothy Snyder. “Un individuo que investiga es también un ciudadano que construye. El líder al que no le gustan los investigadores es un tirano en potencia”, dice el catedrático de la Universidad de Yale.
La radio a todo volumen en el refectorio le impide seguir leyendo, cierra el libro y escucha la conferencia de los presuntos abogados de Joaquín El Chapo Guzmán desde el Club de Periodistas de Ciudad de México, dándole gracias al señor Presidente por haber ordenado la liberación de Ovidio, hijo del capo, aprehendido y puesto en libertad un día antes en la capital de Sinaloa, envuelta en llamas por la violencia del crimen organizado.
Uno de los abogados dice: “Tenemos un presidente humano, cristiano, que finalmente no tomó la decisión de hacerle daño a Ovidio. Es una muestra de que este gobierno de la cuarta transformación realiza cambios estructurales en derechos humanos”.
Después de la conferencia, el monje se encamina al consultorio del psiquiatra, ya no confía en su cordura, y menos cuando a las palabras de estos abogados las envuelve la oscuridad de la ineficacia, el rencor y la soberbia del gobierno federal, tan seguro de su superioridad moral como para hacer cualquier cosa sin arrepentirse de nada.
“Es muy difícil que lo acepten (los adversarios) pero vamos muy bien —dijo el Presidente el viernes—. Lo de ayer fue un hecho lamentable, pero se me hace una exageración decir que ha fracasado nuestra estrategia; eso es lo que quisieran los conservadores, se frotan las manos, andan desquiciados”. Sí, por supuesto, andan desquiciados en muchas partes del mundo, como atestiguan los comentarios y las crónicas de la prensa internacional.
Un lugar llamado Culiacán
El cofrade envía correos, pregunta a mucha gente cómo vivió el jueves en Culiacán, donde murieron 13 personas y 16 resultaron heridas. Llega una respuesta, dice: “La experiencia fue terrible, y diferente para esta ciudad acostumbrada de vez en vez a balaceras, enfrentamientos y situaciones de violencia desde hace años. ¿Por qué fue diferente? Porque ocurrió en muchos puntos de la ciudad y duró horas (desde las 15:40) de manera ininterrumpida. El poder de los pesados se hizo sentir en todas partes, esto asustó a toda la población.
“El horario en que sucedieron los hechos fue atroz, es cuando hay más movimiento en la ciudad. Ese día hubo una tormenta por la mañana y se suspendieron las clases. Esto fue bueno porque la mayoría de alumnos estaba ya en su casa.
“En Culiacán, histórica y quizá hasta culturalmente, sabemos que si no andas en ‘eso’ no te pasa nada, a menos que, por mala suerte, estés en el lugar equivocado. ¿Quién iba a pensar que iba a pasar algo como lo del jueves en la zona más comercial y a esa hora? Nadie. Esto nos ha hecho sentir completamente vulnerables. Hace algunos años (en mayo de 2008), cuando mataron a Édgar, el hermano de Ovidio, se desató una guerra entre El Chapo Guzmán y los Beltrán Leyva, fue una etapa muy difícil en la ciudad. Pero fue en ciertas zonas y en determinadas horas, sin afectar a la población civil. Ahora fue en toda la ciudad.
“Yo estaba en mi trabajo, preparando una reunión urgente, cuando, por los gritos de una compañera, nos dimos cuenta de lo que pasaba. Gritaba y lloraba. Éramos puras mujeres, escuchábamos ráfagas de armas de fuego, nos asustamos y nos encerramos en una oficina sin ventanas. Así estuvimos, viendo videos en los celulares y recibiendo mensajes de WhatsApp. Dos compañeras lloraban sin poder controlarse, otra estaba desesperada por irse a su casa a ver a sus hijos, otras dos, resignadas, trataban de mantener la calma y tranquilizarlas.
“Lo que hicieron las autoridades federales de seguridad pública estuvo mal. Todo el operativo fue desastroso y equivocado: la hora, la zona, sin logística. Fue una verdadera estupidez, una pendejada.
“Aquí la gente está dividida: una parte avala todas las tonterías del Peje. La realidad es que (las autoridades federales) perdieron; el control lo tuvieron ellos (los criminales), completo y en muy pocos minutos: bloquearon la ciudad, cercaron la zona militar y fueron a una unidad habitacional donde viven las familias de los militares. Todo lo que digan al respecto las autoridades federales y el Presidente es pura demagogia, eso es lo que confronta a los pejistas de aquí. Pero ellos saben que si no hubo más muertes fue porque los pesados no quisieron, lo evitaron en lo posible porque aquí viven sus familias y tienen su entorno económico y social, si hubiera sido Michoacán o Veracruz quién sabe; su poder económico y de armamento es inmenso. Participaron alrededor de 200 sicarios, con las mejores armas, perfectamente entrenados y organizados. No bajaron de la sierra o de municipios cercanos, salieron de casas de aquí, con camiones de redilas y fusiles Barret. A lo más en quince minutos estaban distribuidos en toda la ciudad, en zonas escogidas para controlarlo todo.
“Después de esto, ¿cómo nos sentimos los culichis? Vulnerables, solos, preocupados por nuevos errores del gobierno federal. Y también porque estos sicarios y sus jefes son muy jóvenes, no son iguales a los de antes, toman decisiones más arrebatadas, con más resentimiento, son más audaces y no escuchan a sus mayores”.
Regáñelos, señor Presidente, a ver si a usted sí le hacen caso estos desbalagados muchachos.
Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.