La semana que termina puso de manifiesto que estrategias van y vienen, las administraciones cambian y que hemos pasado de la guerra al mando único, a la Guardia Nacional y a la voluntad de pacificar al país sin violencia. Sin embargo, a pesar de todo, seguimos con la misma realidad: miles de mexicanos mueren todos los días a manos del crimen organizado. Desde secuestros, asaltos y homicidios, hasta demostraciones como las de Michoacán y Guerrero, pareciera que hemos perdido territorios a manos del hampa. La peor demostración de poder del crimen, sin duda, es la de Culiacán del jueves pasado que, más allá de juicios, puso de relieve lo que ya no se puede ocultar.
México ha perdido la capacidad de vivir en paz. Algo hemos hecho con el tejido social que sencillamente estamos viviendo en un estado permanente de miedo y angustia. La violencia en nuestras calles ilustra el fracaso más grave de nuestro país en los últimos 25 años, por lo menos. No hay palabras para explicar los videos de los niños temblando de miedo, ciudadanos corriendo a protegerse y las metralletas sonando como si estuviéramos sitiados por los malos todo el tiempo. Lo peor; nuestros soldados vapuleados por las circunstancias, en donde están arriesgando su vida posiblemente sin entender exactamente el por qué.
Nuestra capacidad de vivir bien y convivir está hecha trizas. Nuestra generación vive en un México en donde el parte de guerra lo recibimos diariamente de nuestro entorno cercano. Gracias a las redes sociales, además, tenemos acceso casi en tiempo real a las batallas: desde un asalto en Santa Fe o un ataque en un restaurante, hasta las fotografías de Culiacán parecidas a las de Siria. La gran afrenta de la violencia es la amenaza más seria al orden constitucional, a la democracia y, desde hace mucho tiempo, a la libertad de todos.
Seguimos sin entender a ciencia cierta qué puede cambiar las cosas, cuál será una mejor estrategia que otra o que dará mejores resultados. Seguimos viendo a las autoridades municipales rebasadas en todo el país, sin dinero para poner gasolina a las patrullas, o a los gobiernos estatales en los enésimos intentos de coordinación, a todas luces fallidos. Finalmente, hoy, hemos visto al gobierno federal claudicar a la obligación fundamental de cualquier gobierno poseedor del legítimo monopolio de la fuerza para proteger a los ciudadanos.
Para fortuna de los malos, los delincuentes, estas escenas suceden en medio de una polarización total de la sociedad. Los ciudadanos están convertidos en clientes de una facción o de otra, testigos desesperados de esta realidad que nos debe poner en alerta máxima. Hay que entender que no se trata de políticos o de política, de gobiernos o gobernantes. Se trata de que todos los buenos, de un lado, estemos claros que no hay más que enfrentar al monstruo de la violencia en absoluta unidad, con una estrategia clara e instituciones que corten cualquier forma de impunidad. Asimismo, debemos dejar de lado la competencia estadística de cuándo y por qué ha habido más muertos. Mientras que un mexicano sea privado de sus libertades, el fracaso es para todos. Mientras que un territorio sea gobernado por el terror, engendramos en las comunidades violencia que nos compete a todos. Mientras que un solo mexicano tenga miedo, no habrá discursos ni estrategias que sean válidos.
El error de todos estos años ha sido el mismo: el politizar la lucha contra la violencia nos ha convertido en una sociedad débil, con gobiernos incapaces de reaccionar. El camino, desafortunadamente, está lejos de hacer de la violencia una agenda de gobierno. La lucha legítima por la libertad de todos exige la construcción de un nuevo pacto para que el Estado Mexicano, todo y todos, tenga por fin ventajas para acabar de una buena vez con esta peligrosa realidad en la que vivimos hoy, esa que se nos está volviendo costumbre. La realidad de vivir con miedo.
Twitter: @jgarciabejos
Facebook: Javier García Bejos
jgb@strategicaffairs.com