Daniil Medvedev, campeón del Masters 1.000 de Shanghái. Ya no es una sorpresa. Todo lo contrario. “Ahora es el mejor del mundo”, llegó a decir Zverev, su rival en la lucha por el título (6-4 y 6-1), en la previa. Lo hizo en parte para quitarse presión, pero lo dijo también por algo. El ruso de 23 años parece que ha “llegado” definitivamente para quedarse. Si logra dar continuidad a lo que ha hecho en la segunda parte de 2019, cuidado con él. ¿Y qué ha hecho? Pues desde agosto acumula seis finales consecutivas, con tres victorias y tres derrotas en ellas, incluyendo alguna memorable. Por partes: cayó en la de Washington contra Kyrgios y en la de Montreal ante Nadal; después se llevó el Masters 1.000 de Cincinnati, con un triunfo sobre Djokovic en semifinales incluido; inolvidable fue la del Abierto de Estados Unidos de nuevo contra Nadal, al que forzó hasta el límite y le remontó dos sets para morir en la orilla; levantó el título en San Petersburgo y ahora en Shanghái. Agotador... Y espectacular. Todo eso le ha llevado a amenazar el número tres del mundo, que ahora tiene Roger Federer. Se ha convertido en una alternativa real a Djokovic, Nadal y Federer, por mucho en los cara a cara con Rafa y Roger todavía está en blanco (2-0 con el español y 3-0 con el suizo).
Pero la mejoría en el juego de Medvedev es evidente. Por ejemplo, a Zverev, su rival en la final de Shanghái, nunca lo había superado en los cuatro duelos precedentes y esta vez lo despachó con cierta facilidad después de un comienzo igualado. Se puso el ruso en ventaja rápidamente con un break que recuperó Zverev. Siguió la batalla, pero el alemán entregó ese primer parcial con una doble falta. Después llegó la apisonadora. El tenis de Medvedev por momentos parece robótico. Con aparente facilidad, pasa una bola tras otra, tras otra por encima de la red, y después tiene capacidad para acelerar a la mínima que el oponente deja una pelota corta. Le falta mejorar su juego en la red, aunque la visita de vez en cuando, y no tiene un golpe 10, pero todos están en un notable alto: saca bien, la derecha, aunque algo extraña, le va; el revés es fantástico. Eso sí, la cara no le cambia. Parece de hielo. Superó a Zverev y apenas movió el labio en lo que parecía una sonrisa. Esconde el fuego, pero a veces incluso ha protagonizado algún episodio extradeportivo, como su constante enfrentamiento con el público del Abierto de Estados Unidos. Después pidió perdón. Y le “perdonaron” por la final que jugó contra Nadal.