La solidaridad no es virtud de cinéfilos. Al decidir si una película es buena o mala, no se tienen concesiones con su director en consideración a su logros. Pero cuando Ang Lee, un cineasta que se ha anotado hitos culturales a base de experimentar incansablemente, fracasa en un intento ambicioso, me atrevo a ser parcial. Experimentó en el 2000, con El Tigre y el Dragón al hacer que Hollywood se adaptara a los códigos del cine oriental de artes marciales, abriendo camino para el renacimiento del cine de superhéroes, las heroínas feministas y la supremacía de China en la taquilla. Experimentó en 2003, dos décadas antes del complejo y oscuro Guasón, de Todd Phillips, al crear un complejo y oscuro Hulk que solo hasta hoy valoramos. Experimentó en 2005 con Brokeback Mountain, confrontando a la audiencia con la primera película mainstream de temática gay. Experimentó en 2013 adentrándose en la tecnología CGI para filmar la infilmable Life of Pi. Unas veces acertó y otras el tiempo le dio la razón. ¿Por qué entonces hoy que crítica y taquilla están en su contra, no le daríamos una oportunidad a su ambiciosa Proyecto Génesis?
Henry Brogan (Will Smith) es el mejor asesino al servicio del gobierno. Un francotirador de sangre fría y puntería perfecta que después de dedicar gran parte de su vida a este trabajo secreto y solitario está listo para retirarse. Todos sabemos que en los thrillers no existe tal cosa como un asesino que se jubilará amistosamente. Así que cuando se entera de que el hombre al que le encomendaron aniquilar no era un criminal sino un científico inocente, sus superiores decidirán matarlo por saber demasiado. Para ello envían al único capaz de acabar con Henry: un clon de él mismo, treinta años más joven. Comenzará así una lucha contra sí mismo y contra quienes crearon a su doble.
Los que vayan por la lectura filosófica que pudiera ofrecer la historia de un hombre que se enfrenta a sí mismo se toparán con una llana cinta de acción. Esta vez la ambición de Lee es puramente tecnológica. La parte lograda del experimento son los veinticinco años que le quitó de encima a Will Smith, cuyo asombroso efecto es ponerlo frente a frente con su prístina versión juvenil que conocimos en El Príncipe del Rap. El combate físico entre ambos es la clase de escenas que uno imagina cuanto escucha la expresión “cine del futuro”. La parte frustrada del experimento es el look. La grabó digitalmente con la técnica High Frame Rate que permite una nitidez jamás vista, ideal para apreciar películas con secuencias dinámicas. La meta fue crear una experiencia inmersiva superior al IMAX y al 3D. Para tal efecto se necesitaron escenas de acción de una espectacularidad sin paralelo. Y escenas de una espectacularidad sin paralelo fue lo que Lee realizó. ¿Qué tan espectaculares? Digamos que a Tom Cruise se le borrará la sonrisa cuando vea lo que la mancuerna Lee-Smith hizo con locaciones en Cartagena y Budapest. El problema es que no existen salas de cine con la tecnología para proyectar Proyecto Géminis tal y como fue concebida. Pocas veces, decir que un director está adelantado a su tiempo significa un impedimento logístico más que un halago. En los cines promedio en los que se exhibirá Proyecto Génesis, el efecto en pantalla tiene la nunca favorecedora textura de la alta definición. Esa que nos desengaña del romance del cine. Llama la atención la perseverancia de Lee, quien ya había recurrido a esta técnica desde su película anterior Billy Lynn’s Long Halftime Walk, siendo mal recibida. En Proyecto Géminis el taiwanés redobla la apuesta. Costó 138 millones de dólares obtener una cinta de acción ultrarrealista cuya tecnología, al final, distrae en vez de maravillar. Sus secuencias de acción valen el boleto. Nos dan la impresión de haber sido invitados a participar en la revolución del entretenimiento a prueba y error.
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