En unos cuantos días, el país y el estado vivieron fuertes turbulencias que, principalmente, involucraron a la seguridad y a la justicia.
Por ejemplo, con la renuncia (llamémosla así) del ministro de la Corte Eduardo Medina Mora (conflictuado y controvertido desde su designación), se abre una nueva opción para que el presidente Andrés Manuel López Obrador dé un paso más hacia su anhelado control sobre el Poder Judicial de la Federación, ya que el mensaje que deja la salida de Medina a los demás integrantes del máximo cuerpo colegiado es el de “nadie más por encima de la ley” (de Hacienda o de Herodes).
Y qué pensar de Jalisco donde el gobernador Enrique Alfaro saca ventaja ante un dividido Tribunal Superior de Justicia, encabezado por un presidente, Ricardo Suro, que no las trae todas consigo pero que a fin de cuentas pudo sumar votos para que la “controversia” no interfiriera en los planes reformistas del mandatario jalisciense.
El “arreglo”, que no fue tan en lo oscurito, entre las fuerzas internas del colegio de magistrados, debió significar incluso conciliación de intereses -y vaya que deben ser muchos-, entre el gobierno anterior y el presente, además de satisfactorio para dejar cómodos a los integrantes del Pleno de por sí tan renuentes a la pérdida de sus privilegios.
Y es que López Obrador y Alfaro semejan vidas paralelas en muchos sentidos. Ambos disfrutan, por ahora, de un Legislativo a modo y a su favor, pero también desean un control absoluto, o sean los tres poderes que les aseguren no solamente continuidad de ejercicio pleno sino, evitar que las cosas cambien para ellos en el 21.
AMLO no sería el mismo con una Cámara de Diputados sin mayorías, Alfaro igual si -imagínense-, perdiera su hegemonía emecista en el Congreso local o, peor todavía, viviera la pesadilla de una mayoría morenista por el resto de su gestión.
Desde esta perspectiva, mandatarios nacional y local buscan fines similares en preservar su poder y sólo un incidente electoral próximo podría afectar sus propósitos.
Mientras, no solamente la justicia anda en entredichos. La seguridad anda peor. Aunque sigan las frases domingueras en las mañaneras, al presidente ya se le atora en serio la incapacidad de hacer frente a la delincuencia.
Con suerte y salga adelante la Guardia Nacional, que ya lleva sus pérdidas humanas pero que el “pueblo bueno” que llega a vejar, golpear y hasta matar guardianes, no sufra la “represión” de las fuerzas del orden.
Así, todo salió “bello y bonito” para AMLO y la señora Sheinbaum en la ciudad de México el 2 de octubre, en que se estrenó el “cinturón de la paz”, versión moderna de lo que se llamaba “carne de cañón”, pero al día siguiente corrieron al titular de Seguridad Jesús Orta.
Cosa curiosa, aquí en Jalisco no hubo tanto alboroto, pero también de un día a otro quedó fuera quien encabezaba Seguridad Pública del Estado, el general Daniel Velasco y, en otro renglón, la Policía Metropolitana está quedando en el limbo por cuestiones presupuestales con los municipios involucrados. Pequeño “detallito”.
A fin de cuentas, mucho de lo que acontece en esos ámbitos no es sino reflejo de una lucha que ya inició, en la que los poderes están en juego y créase, en el estado y en el país, será sin cuartel y en la que todo se vale, en tanto el ciudadano no se dé cuenta de lo que se hace en su nombre.
