Han pasado casi dos años, pero Carlos Saura recuerda aún lo mal que le salió decirle guapa a Penélope Cruz durante los Goya 2018. «Las feministas dijeron que era un machista. Nunca lo he entendido. Luego me llamó ella y me dijo: “Oye, qué tontería”», cuenta el cineasta. Con una Leica colgada al cuello se instala en un banco y deja de lado la controversia feminista para hablar de su fotografía, de su colección de 700 cámaras, de su madre –a la que describe como «una aragonesa de mentalidad muy anarquista»– y de su padre, que sembró en él y en su hermano Antonio el amor por las imágenes, aunque más tarde se quejaría de que «los hijos le salieron ranas». El Círculo de Bellas Artes inaugura una retrospectiva del trabajo fotográfico que Saura ha realizado desde finales de los años cuarenta y que jamás se había expuesto. En la muestra coinciden los retratos de sus hermanas y su esposa Eulalia con los de Antonio Gades, Luis Buñuel, Lola Flores y Rafael Alberti. Aunque las segundas en muchos casos fueron tomadas en los rodajes de sus filmes, todas comparten un aire íntimo, casi «voyeurista», como si el fotógrafo se hubiera colado tras bambalinas. El comisario Chema Conesa ha incluido además las fotos de la España mísera de los cincuenta que Saura capturó con ojo documental y que, estas sí, han sido expuestas en otras ocasiones y hasta recopiladas en un libro ahora agotado en España.
Solo un aficionado
A pesar de haber pasado, y pasar aún, mucho tiempo capturando imágenes, Saura se considera tan solo un aficionado de la fotografía, aunque sí ejerció como profesional durante los años en que se dedicó a cubrir festivales de danza y música, una experiencia que más tarde trasladaría a sus películas. En todo caso, asegura que «el cine es el arte que tiene más capacidad para expresar y llegar al otro». Y lo suyo es contar historias, como la de la primera foto que hizo en su vida, cuando tenía 9 años: «Le robé la cámara a mi padre porque estaba enamorado de una niña que iba a un colegio de monjas y pasaba todos los días por el Retiro. Entonces, me escondí en un seto y le hice la foto. Se la mandé, le dibujé un corazón detrás y escribí: “Te amo”. Ella nunca me contestó y yo aprendí dos cosas: primero, que no se puede uno fiar de las mujeres; segundo, que la fotografía era una cosa estupenda».
Saura afirma que «la obsesión de mi hermano y mía por la imagen viene de que mi padre, para distraernos durante la guerra, nos hacía una especie de libro de recortes de cosas que le interesaban». Ese amor por la imagen les uniría en lo personal y en lo profesional: «Antonio y yo trabajamos en algunas cosas juntos, como en “Carmen”. Y los dos pertenecimos al grupo El Paso», que tiene su lugar en la muestra gracias a una foto de Rafael Canogar, Leopoldo Pomés, Antonio Saura, Manolo Millares y René Metras tomada en 1959, en Barcelona, frente a la sombrerería Prats, que en los setenta se convertiría en la Galería Joan Prats. La muestra conforma un recorrido autobiográfico, pero el cineasta de 87 años asegura que se negó a participar en la selección de imágenes y que hablar de su pasado no le interesa demasiado. «Esta exposición es una maravilla, pero no te creas que estoy contentísimo, tengo otras cosas que hacer», explica.
Un cine más creativo
Y es cierto: en breve comienzan los ensayos de su versión de «La fiesta del chivo», de Vargas Llosa; acaba de estrenar «Don Giovanni» en La Coruña; una biografía suya firmada por Natalio Grueso se publica en unos días –«No sé qué habrá escrito sobre mí. No la he leído, ni me interesa nada», asegura Saura–, y está ocupado montando «El rey de todo el mundo», que rodó esta primavera en Guadalajara, México. En la sala se exponen incluso los bocetos que Saura realizó para esa película junto con algunos de sus diarios, en los que combina escritura y dibujo.
Él, que se ha quejado de que en España no le valoran como en el exterior, se encuentra ahora nadando en proyectos. ¿Siente que ha cambiado la percepción de su trabajo en el país? «Ha cambiado desde hace unos años, desde que soy viejo. Seguramente los periódicos ya tienen mi necrológica preparada», responde entre risas. En todo caso, entre tanta actividad el cine sigue siendo la obsesión principal: «Todo lo que hago –la música, lo que dibujo y escribo– es para hacer una película. La imagen viene de la imaginación, por eso defiendo un cine mucho más creativo. Y ahí sí entra el recuerdo, pero siempre modificado. Yo trabajo sobre mi memoria, pero no la que se ve aquí, la fotográfica, sino una memoria a partir de la que soy capaz de inventar otra cosa». Con esta frase y dos besos, se despide: «Encantado, guapa».