Ovidio explica que, antes de la Creación, el mundo era una enorme confusión llamada Caos en la que se hallaba mezclado y comprimido todo lo que habría de existir en el futuro. La Creación fue obra de un dios de identidad y nombre desconocidos, que dio vida a los seres humanos para que dominaran a las otras criaturas. Tal y como lo explica en «Las metamorfosis», los hombres son seres excepcionales, pues, al contrario que las bestias, caminan erguidos, lo que les permite alzar la mirada hacia el cielo, el lugar donde habitan los dioses. He aquí un ejemplo de cómo el lector puede acercarse a una fuente antigua para intentar conocer el origen de los mitos griegos, revisitados hasta el infinito constantemente desde todas las disciplinas artísticas e investigativas. Una de las últimas, el fabuloso libro ilustrado «El hilo de Ariadna. Mitos y laberintos» (Maeva), de Jan Bajtlik, que acercaba a los más pequeños de una forma bastante didáctica las historias más asombrosas. Y en esta ocasión Stephen Fry parece haber pensado en algo parecido, pero para aquellos adultos sin grandes conocimientos que puedan llegar a sentirse atraídos por un trabajo divulgativo que acaba siendo de primer orden: el que fomenta la lectura de este tesoro impagable de la cultura antigua, tal es el grado de humor y amenidad con el que quiere Fry transmitirnos la riqueza descomunal que poseía la Grecia mitológica.