No pude evitar decirle de frente: “Usted avergüenza la conciencia de América Latina, más aún por ser un mestizo de piel morena. Si Cortázar lo escuchara se vuelve a morir”. Sentí un golpe seco en la espalda, luego otro. Un policía me puso un megáfono al revés para taparme la boca, otro me dio un puntapié en el tobillo que me hizo trastabillar.