La realidad contemporánea se infiltra en las obras de los viejos maestros del cine social. Uno de los personajes de Gloria Mundi, el nuevo filme del francés Robert Guédiguian, trabaja como conductor de Uber. En una secuencia de la película, presentada ayer en la Mostra de Venecia, un grupo de taxistas decide apalearlo por ser competencia desleal. Con el brazo roto, el chófer queda inhabilitado para conducir. Es el comienzo de una catástrofe personal para ese joven padre de familia, acostumbrado a las largas jornadas laborales y obsesionado por obtener una puntuación de cinco estrellas de cada uno de los usuarios a quienes presta sus servicios. Sin conducir no puede trabajar. Y si no trabaja, tampoco cobra.