Christine Lagarde cogerá el timón del Banco Central Europeo el próximo 1 de noviembre en un momento de especial zozobra para la economía global. Por eso, la prudencia recomienda no hacer mudanza en tiempo de desolación y la política francesa está decidida a continuar la política monetaria expansiva de su predecesor, Mario Draghi, sin grandes cambios en el timón. Pero esta vez, el continuismo entraña riegos y Lagarde es consciente de que no lo tendrá fácil. Por eso, en su comparecencia ante la Comisión de Asuntos Económicos y Monetarios de la Eurocámara se mostró lo suficientemente comedida para evitar grandes focos de oposición. Tras defender las medidas no convencionales puestas en marcha por el banquero italiano, y abrir la puerta a que los estímulos continúen «durante un periodo prolongado de tiempo» mostró su compromiso a la hora de continuar los posibles «efectos secundarios» de estas medidas y fue todo lo criptica que pudo cuando le pidieron detalles. En la sala, fueron evidentes las discrepancias y los matices. Mientras el Partido Popular Europeo le pide que ponga fin a los «esteroides» y centrarse en la estabilidad de los precios, los socialistas alaban su determinación en seguir los pasos de Draghi y los liberales se muestran preocupados por el posible agotamiento de las medidas, tras sacar la artillería pesada en los últimos años.
Lagarde intentó ahuyentar estos miedos, sin dar demasiadas pistas, mientras pedía al resto de los actores que remen en la misma dirección. Un llamamiento ya realizado por Draghi sin demasiado éxito. A las puertas de una posible nueva recesión, esta vez puede ser diferente. Lagarde hizo una referencia a los países con margen fiscal para que aumenten su gasto público, con la vista puesta en Alemania. «Algunos países de la zona euro pueden utilizar su espacio presupuestario para mejorar la banda ancha y las infraestructuras y luchar contra la recesión», apuntó la francesa, si bien recordó que los países en situación contraria deben persistir en medidas estructurales y aprovechar que, por el momento, la economía europea sigue creciendo. Como tercera pata, Lagarde pidió completar la arquitectura del euro refiriéndose a la reforma del fondo europeo de rescate y defendió un nuevo fondo que se dedique, no sólo a mejorar la convergencia y la competitividad de las economías europeas, sino que también ostente funciones estabilizadoras ante una crisis, una posibilidad a la que se niegan los halcones del Norte.
A Lagarde le espera un mandato igual o más complicado que el de Draghi, aunque quizás con suerte, menos épico. La propia próxima presidenta del BCE recordó las archiconocidas palabras de su predecesor –«haré todo lo necesario para salvar el euro y, créanme, será suficiente»–y confió en no tener que repetirlas, «porque eso significaría que otros no han hecho su trabajo».