Y contra todo pronóstico fatalista, el presidente Andrés Manuel López Obrador llega sin mayores sacudidas a su primer informe de gobierno.
Del mismo modo que no han ocurrido eventos catastróficos, tampoco se han registrado logros espectaculares.
Desde el punto de vista del hombre de a pie, el ciudadano que gusta mantenerse al margen de las grillas de los políticos, el país no va mal, pero tampoco bien, simplemente flota.
Bien visto, la inflación se mantiene controlada, el dólar ha subido de precio pero no se ha disparado, y no ha habido aumento de impuestos.
Para quienes viven en el día a día esas son buenas noticias.
A pesar del desgaste natural de un primer año de gobierno, donde chocan muchas de las expectativas con la difícil realidad de poder lograrlas, según la encuesta que publica ayer el periódico El Universal, López Obrador goza de una aprobación de casi el 70 por ciento de la población, un apapacho que ya hubiesen querido la mayoría de los presidentes mexicanos en los tiempos recientes.
Pero las cosas podrían estar realmente bien, mucho mejor, si el presidente se aplicara a dos cuestiones fundamentales para el ánimo del país: la convocatoria general, y el enamoramiento de los jóvenes.
Ahí ha fallado, y feo.
Le ha faltado lo que el director de orquesta británico Benjamin Zander llama el liderazgo sinfónico cuando se refería a lo que hizo Nelson Mandela para sacar adelante su proyecto de gobierno en la muy dividida Sudáfrica. “Sinfonía”, dice Zander, viene de “sin” y “fonía”, de sonar juntos, y se refiere a la capacidad de hacer sonar y escuchar a todas las voces en una armonía que si no perfecta sí mucho más amigable que la división que hoy vive México.
El propio López Obrador, sus correligionarios y paleros, siguen insistiendo en ver al país como dos grupos encontrados (chairos y fifís) ¡cuando restan cinco años de gobierno! Que serán muy largos para los detractores, pero breves como un suspiro para los fanáticos.
Y en el tema de los jóvenes, a pesar de su proyecto “Jóvenes Construyendo Futuro”, que los apoya con becas mensuales a cambio de estar ocupados (y en teoría capacitándose) al interior de empresas o negocios, no ha sido capaz de pensar en buscar a los jóvenes de una manera diferente, como esa gran masa crítica de optimismo y emociones capaz de transformar para bien, y para mal, un país.
Imagine que un buen día, en su derroche verbal de las mañaneras, el presidente tomara en cuenta todas las voces del país (que las hiciera sonar y las escuchara) y que convocara a los jóvenes a empujar anímicamente su proyecto de trabajo.
Ahí sí podría decir sin empacho alguno (y no es por presumir) que va “requete bien”.