Para hablar de la ciencia odontológica del griego odonto, diente o estomatológica, estoma, boca o dentista, del latín, dentis, hemos elegido el cuento Cirugía, del escritor ruso Antón Chéjov, publicado en 1884 en la revista Oskolki.
Tomar el cuento como referencia es acercarnos a uno de los géneros literarios más hermosos y antiguos de la humanidad. Es aquel pequeño relato cargado de anécdotas que de forma oral o escrita relata incidencias de las personas o los pueblos.
Imaginemos en su principio a los Neanderthal o Cromagnon, sentados frente al fuego expresando entre gruñidos y manotazos los sucesos de una cacería, quizá, no tan apegados a la realidad para impresionar a los que no fueron a la caza. Más tarde apareció ese viajero con facilidad de la palabra que distraía a multitudes con relatos que pronto el gusto de los escuchas separó a un narrador verbal por uno muy gestual, apareciendo el teatro.
Ya recopilados los cuentos orales en escritos, se conocen como los más antiguos el Mahabharata, el Ramayana y desde luego Las Mil y Un noches, donde ogros, seres encantados y animales parlantes cohabitan con humanos para darles moralejas o avisos que les permita sortear problemas y conseguir una vida mejor. Diríamos entonces, que el cuento, es el relator de los sucesos de la vida.
En el cuento Cirugía, Chéjov nos narra que en un hospital de Rusia quien atiende es el ayudante Kuriátin. Un hombre gordo con atuendo gastado y sucio, sus dedos amarillentos de fumar que entre la ropa, él y el humo, despiden un pestilente olor.
A consulta por dolor de muelas ha acudido Vonmiglásov, sacristán del pueblo, hombre viejo, viste una sotana deslavada. El ojo derecho con cataratas. Le cuenta a Kuriátin el insoportable dolor de muelas que trae, que pareciera que un enorme clavo le atravesara la cara. El auxiliar le dice que abra la boca. Lo revisa y entre dientes y muelas llenas de sarro ve una, con un gran agujero.
-¡Hay que sacarla, Mijéich! Le dice. Kuriátin va al armario, hurga entre las herramientas, toma un pie de cabra (barra de metal para quitar clavos) y unas pinzas, analiza la muela, deja el pie de cabra e inicia la extracción con las pinzas. Entre jalones, insultos, gritos y casi el desmayo, en un fuerte apretón se troza la pieza. El sacristán mira el techo con ojos desorbitados, todo sudoroso, toca el interior de su boca, encuentra dos picos afilados, molesto toma el pan eucarístico con el que iba a pagar y se retira entre insultos.
Este crudo relato nada alejado de la realidad da pie para entrar en la historia de la odontología y decir que las molestias dentales nos han aquejado desde tiempos remotos. Los sumerios 5000 años a.C. afirmaron que las caries eran causadas por gusanos que habitan en la boca. Como disciplina de la salud hay registros hace 3000 años a. C, en tiempos de los egipcios. Hesy-Ra es el primer dentista de la historia, sabemos de su vida por unos paneles de madera conservados en el Museo del Cairo donde vemos que fue jefe de médicos. Su jeroglífico una golondrina (jefe) un colmillo de elefante (experto en dientes) y una flecha (símbolo del médico). Los egipcios hacían extracciones, trepanaban para drenar abscesos, reponían piezas y trabajaban incrustaciones con piedras preciosas. En el Papiro de Ebers se especifican los remedios y las dosis a usar.
Los chinos utilizaron la acupuntura para extraer piezas y aliviar el dolor producido por las caries, decían que era un mal crónico y progresivo. Los etruscos suplían piezas con dientes de cadáveres sujetadas con hilos de oro. Los mayas se aseaban la boca todos los días y hacían incrustaciones con jade, amatista y turquesa. En el Medievo las extracciones lo efectuaban barberos acompañados por músicos para que los gritos no espantaran a los pacientes. Con la llegada de las universidades y los hospitales el servicio de los fígaros se fue relegando. Con el tiempo se ha progresado en instrumentales, sillas, materiales, anestésicos y radiología.