El pasado jueves 8 de agosto partió a la eternidad Samuel Flores Longoria (1934-2019). Un hombre bueno. Conciliador, veraz, honrado, servicial, patriota. Se formó en el ajefismo y en la escuela dominical. Estudió Derecho en la Universidad de Nuevo León, donde se graduó como abogado. Siendo aún estudiante, trabajó muchos años en El Porvenir, el diario-escuela para muchas generaciones de periodistas. En su trabajo reporteril logró importantes entrevistas con personajes de la ciencia, el arte y la cultura.
Su paso por las aulas de El Colegio de México, a donde acudió ya casado al posgrado, le brindó la oportunidad de aprender con estupendos maestros y convivir con unos compañeros que muy pronto se situarían en lo más encumbrado del servicio exterior y de la función pública de carrera, relaciones que luego él aprovechó en beneficio de Nuevo León.
Desde que egresó de la Facultad de Derecho, fue profesor en la misma hasta su retiro. Formó, pues, a muchos abogados, entre los cuales estuvieron o están: litigantes, jueces, magistrados, alcaldes y gobernadores. En la propia Universidad, colaboró en Prensa y en Extensión Universitaria. Estuvo ligado a Vida Universitaria y fue director de la revista Derecho y Ciencias Sociales.
En 1974, con el consejo de Alfonso Reyes Martínez y Horacio Alvarado Ortiz, se lanzó a la aventura de crear el Colegio de Ciencias de la Comunicación de la UANL, dentro de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la misma. Era su director Neftalí Garza Contreras. Algunos de sus primeros profesores fueron: Miguel Platón, Jesús Ramones, Alberto Ruiz, Álvaro Pareja, Abraham Nuncio, Carlos Hinojosa, Emma Verástegui, Aracely Jiménez, Silvino Jaramillo, Pedro Reyes Velázquez. Ya en 1978, el Colegio se convirtió en Facultad. En la propia Facultad, pero bajo la dirección de Helio Ayala Villarreal, fue el editor de la Historia de la Facultad de Derecho y Criminología de la UANL, 1824-2002, en la que colaboraron él, Rocío González-Maíz, Carlos Leal y quien escribe.
Como periodista colaboró igualmente en El Diario de Monterrey, de 1975 a 1985, tanto como editorialista, al igual que con sus propios artículos de opinión. La mayor parte de estos editoriales o voz oficial del periódico eran de la pluma de Jorge Villegas, y el resto de Samuel Flores Longoria y de otros colaboradores.
Su labor en Acción Cívica y Editorial, tanto en el R. Ayuntamiento de Monterrey como en el gobierno del estado, fue determinante. Hizo resurgir la Escuela de Verano, la que luego regresó a la UANL, que era su origen. Conferencias, asambleas cívicas, presentaciones de libros, exposiciones artísticas, recitales poéticos, funciones de cine al aire libre, certámenes literarios y una serie de eventos de calidad se llevaron a muchos espacios de la entidad, hasta sus más apartados municipios.
Tampoco puede olvidarse su trabajo realizado al frente de la Sociedad Nuevoleonesa de Historia, Geografía y Estadística, AC (SNHGyE), de la que fue presidente. Consiguió que la sociedad tuviera un sitio fijo para sus sesiones mensuales. Dio fuerte impulso a la revista Roel y abrió corresponsalías de la misma en Nuevo León, Coahuila y Tamaulipas.
Escribió, entre otros libros: Siete personajes en la Explanada de los Héroes (1989), El Palacio de Gobierno de Nuevo León (primero individualmente y luego con Jorge Pedraza Salinas, 1991), El difícil camino hacia la democracia (1993), Los símbolos patrios de México (juntamente con Alfonso Reyes Aurrecoechea, 1994), Alberto Cervantes y la historia del bolero en México (1994), Raúl Roa y la Universidad de Nuevo León (2012). Y cuidó más de un centenar de libros, cuadernos y folletos.
Algunos de sus más amigos fueron: Hugo L. del Río, Ario Garza Mercado, Cecilio Arteaga, Jorge Pedraza, Alfonso Reyes Martínez, Artemio Benavides y Jorge Villegas. Admiraba especialmente a Alfonso Reyes Ochoa, Raúl Rangel Frías, Israel Cavazos Garza, Aurora Moreno y Alfonso Reyes Aurrecoechea.
Contó siempre con el apoyo de su bella esposa, Socorro Michel, y de sus hijos Julieta, Elba, Salvador y Miriam, más la del resto de su familia. Se fue en paz, como había vivido. Nunca lo olvidaremos.
*José Roberto Mendirichaga es historiador
