El presidente de la República ha tomado una buena decisión. Eso hay que decirlo. Pero ¿tenía el Gobierno que haber llegado a esos extremos de conflictividad con las corporaciones que construyeron los ductos para proveernos de gas natural? ¿No hubiera podido abstenerse de impugnar los contratos desde un primer momento y sanseacabó? ¿No hubiera sido mucho mejor evitar el encontronazo con los canadienses y no mandar señales negativas a los inversores del exterior?
El numerito se lo debemos al dinosáurico señor Bartlett, a quien parece habérsele extinguido el afán modernizador que desplegó cuando gobernó el estado libre y soberano de Puebla (no lo hizo mal, encima). Ya no quedan rastros de eso y el hombre, debidamente afiliado a las huestes de Morena, exhibe hoy los más nocivos rasgos del priista cavernario, a saber, un nacionalismo rancio teñido de rencores, desconfianzas, rechazos y galopante estatismo.
Esa gente hace buen tiempo que dejó de saber cómo funciona el mundo de ahora. No se entera. No saben, los nostálgicos de un pasado artificialmente reconstruido para servir de carnada a las presuntas víctimas del neoliberalismo, que vivimos en un entorno global de feroz competitividad marcado por una constante innovación. Quieren restaurar un orden antiguo en lugar de tener la mirada puesta en el futuro. Repudian de la tecnología, de la economía de servicios, del conocimiento y del libre mercado invocando machaconamente el sacrosanto precepto de la “soberanía” para no celebrar acuerdos con nadie del exterior y que la patria mexicana siga así centrada en sí misma, en una suerte de desafiante autarquía. En el más caricaturesco extremo de esta postura, pretenden inclusive que “nuestro” petróleo no se venda por ser “patrimonio de la nación” y un “recurso estratégico”. Tan estratégico y tan nuestro, de hecho, que Pemex es la empresa petrolera más endeudada del mundo pero, en fin, ahí parecen no tener ya mayores reparos al modelo que propugnan.
No pudo el personaje, sin embargo, imponer su trasnochada visión de la realidad y los texanos van entonces a vendernos el gas más barato del mercado para que podamos, entre otras cosas, generar la electricidad que luego proveerá la empresa que él dirige. Pues qué bien, oigan.
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