A este veraneante le espera un agradable estrambote de las vacaciones estivales a caballo entre dos estaciones, durante el equinoccio septembrino. Viene G. con su esposa y tres hijos desde el Cono Sur para solazarse en las playas andaluzas, pero dejará a la familia a buen recaudo en un resort durante una semana en la que los dos solitos viajaremos hasta Japón, donde Argentina –sus Pumas– y Francia –mis Bleus– se enfrentan en uno de los duelos más atractivos de la primera fase del Mundial de rugby, aunque es justo admitir que ambos contendientes andan de capa caída. Aprovecharemos el salto, claro, para hacer un poco de turismo, del diurno y del nocturno, y también para ver otro partido, entre Escocia e Irlanda. Ando como loco desde hace tiempo, porque las referencias son excelentes y el referente es cien por cien fiable, por conocer la movida tokiota en general y los bares oscuros del barrio de Shinjuku en particular. El plan es inmejorable, excepto por el detalle de esa enfermedad crónica que padecen los argentinos y que convierte su existencia en un infierno: el peronismo. «Me volvieron a joder estos pelotudos, che», se desespera mi amigo desde su estudio de arquitectura en Lomas de Zamora. «¿Cómo pueden tantos boludos votar por esa gente a estas alturas? No lo puedo creer. País de mongólicos. Qué buen laburo hicieron: el peso se ha desplomado y los dólares para viajar me los voy a tener que sacar del orto. Confeti, podés hacer con los billetes de diez mangos. No sirven para otra cosa. La reputa que los reparió a todos». Fueron sólo unas primarias, pero la derrota del presidente Macri es lo suficientemente rotunda como para temer que, tras las elecciones de octubre, ese maravilloso país vuelva a la oscuridad populista. Y lo peor de todo, es que peligra mi escapada japonesa.