Aún hoy, tras sobrevivir a los estragos de varias guerras y después de décadas de restauración que han hecho perder terreno a los árboles, Angkor mantiene el misterio y cautiva a quien lo visita con sus recintos amurallados rodeados de agua, las torres que se elevan intentando parecer montañas o las inmensas caras sonrientes talladas en piedra que dan al conjunto un aire solemne a la vez que simpático.