Este mes, cuando Taylor Swift realizó una publicación mordaz en un blog sobre la venta de su catálogo, sus palabras captaron la atención de celebridades y seguidores de todo el mundo, lo que reavivó el debate sobre los artistas y las compañías que se benefician con ellos.
“Esto es lo que ocurre cuando firmas un acuerdo a los quince años con alguien para quien el término ‘lealtad’ claramente es solamente un concepto contractual”, escribió Swift. “Y cuando ese hombre dice ‘la música tiene valor’, significa que su valor está en deuda con hombres que no tuvieron nada que ver en su creación”.
La acción, si bien dramática, fue consistente con la historia de Swift. Ella presionó repetidamente por mejores condiciones para los artistas, y en el pasado asestando golpes públicamente a grupos como Apple y Spotify.
También fue consistente con la historia de la industria de la música. Si bien algunos de los seguidores más jóvenes de Swift conocieron el concepto de las grabaciones originales (grabaciones maestras) por primera vez, ella es una de un largo linaje de músicos que batalla con los sellos discográficos que normalmente son propietarios de su obra.
Nulo avance
“Los Beatles estuvieron en tribunales hace décadas tratando de obtener sus grabaciones”, dijo Mark Mulligan, analista de Midia Research.
Amarrados
Los artistas aún están en su mayoría obligados con los sellos discográficos, quienes son propietarios de los derechos de autor de su música.
