El día de un aniversario más de la significativa toma de la Bastilla en París, el suizo Roger Federer de casi 38 años, no pudo tomar otra vez Wimbledon, frenado por la terquedad, la firmeza, y sobre todo, la geometría más precisa del serbio Novak Djokovic, quien lo derrotó 7-6, 1-6, 7-6, 4-6 y 13-12 en un maratón de angustias que parecía no tener fin. El formidable serbio —que logró una resurrección milagrosa en el set de vencer o morir, quitándose de encima dos match point— consiguió un quiebre poco probable para seguir con vida en ruta hacia la proeza, imponiéndose en los tres desempates a un especialista en este tipo de desenlaces como es Federer.
Después de imponerse a Nishikori y Nadal en grandes esfuerzos, superiores a los realizados por Djokovic, las piernas, los brazos, los pulmones y el corazón de Federer, resistieron el recorrido kilométrico del juego para llevarlo más allá de cualquier límite imaginable. Entre dos grandes “pistoleros” que viven atravesando laberintos de desgaste físico, la diferencia de casi 6 años, se hace sentir, y Djokovic supo sacar provecho de eso. Extraordinario.
¿Cuántas posibilidades favorables de asegurar su 21 Grand Slam, tuvo Federer? Solo consideren que malogró dos en el primer set ganado por Djokovic y decidido 7-6 en puntos extra; que volvió a disponer de opciones después de imponerse 6-1 en un impecable segundo set, y cayó otra vez en desempate 7-6 antes de triunfar 6-2 en el cuarto set, nivelando la batalla 2-2, alargándola al duelo crucial.
Antes de llegar a la extensión sin desempate por tratarse del quinto set, registrándose un tercer 6-6, Federer —quien quebró tres veces el servicio del serbio en la segunda manga— volvió a hacerlo para adelantarse entre un oleaje de emociones que estremecían las tribunas. Tuvo dos posibilidades de match point, pero Djokovic salió del hoyo echando espuma mostrando sus agallas y sus recursos, y quebrando al suizo, forzó otro empate. Ninguno cedía y los corazones acelerados eran sometidos a prueba en cada máxima exigencia, hasta llegar el 12-12, que establecía un límite. Fue entonces que el león más joven, hizo vulnerable la eterna juventud de Roger y por diferencia de 7-3, selló la épica victoria.
Aunque el premio superior a los dos millones de dólares, es motivador, Djokovic ofreció una demostración de lo que es grandeza deportiva y el aprecio que provoca, cayendo de rodillas después de abrazarse con el suizo, para tomar un poco de la “hierba sagrada” de Wimbledon, y masticarla saboreándola. A ningún otro jugador se le había ocurrido. Naturalmente, la multitud se desbordó enviándole una corriente de cariño, que además, premiaba su mayúsculo esfuerzo en un duelo de ribetes espectaculares y exageradamente tenso.
Lo dramático y terriblemente para Federer, es haber estado tan cerca de la victoria y salir derrotado. No logró apretar y retener lo grandioso de un “Grande” número 21, y esa edad, rumbo a los 38 años, aunque ofreció otra de sus grandes demostraciones, como si no se percatara del paso del tiempo a la orilla de su ventana. Verlo siempre tan elevado en su rendimiento es inspirador y sirve de ejemplo a las nuevas generaciones.
Junto con Djokovic y Nadal, forma la tripleta más dominante de todas las épocas, coexistiendo al mismo tiempo. Al caer el telón, todos estuvimos conscientes de haber presenciado un juego inolvidable.