Josiah Zayner es un «hacker», tiene aspecto de «hacker», vive como un «hacker», la policía le considera un «hacker», los jueces le tratan como un «hacker». No le falta detalle: su pelo tricolor con flequillo hipertrofiado. Su rosario de piercings en orejas, nariz, lengua... sus camisetas con mensajes del más canónico activismo libertario. Un «hacker» de manual. Pero no de esos que crackean códigos informáticos, asaltan sistemas de seguridad de los servidores, copian passwords o desencriptan mensajes secretos. Noi Josiah Zayner «piratea» material humano: ADN, bacterias, proteínas. Es un «biohacker», uno de los más reconocidos, odiados, envidiados, perseguidos.
No es que haya realizado alguna acción realmente contundente, de momento. Sus hazañas se limitan a algunos escarceos con la modificación genética de su propio cuerpo. Hace unos años pasó a la pequeña historia del activismo «biohacker» cuando inició un proceso de rediseño voluntario de su microbioma intestinal. Desde la habitación de un hotel en California se sometió a un tratamiento ideado por él mismo para aniquilar la mayor parte de sus bacterias: los millones de microorganismos que nos ayudan a digerir la comida, producir enzimas y vitaminas, protegernos contra enfermedades, regular el estado de ánimo. Su intención era quedar convertido en una especie de folio en blanco bacteriano. El primer ser humano sin microbioma. A partir de ahí, se inocularía un compuesto a base de las heces de un amigo. No estaba contento con su biota, con el ADN de las bacterias que la naturaleza le había dado. Como quien vive insatisfecho con su cuerpo y se somete a un proceso de cambio de sexo, este aficionado a la cultura punk quería ser el primer «transgenético». No hay certeza de que el proceso haya sido un éxito. Los métodos utilizados por el «biokacker» son tan anticientíficos y poco documentados que más bien parecen una suerte de alquimia medieval a medio camino entre la superstición y la ciencia ficción.