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En el final de los años sesenta, la batalla por la emancipación sexual fue una guerra contra la imposición de identidades. Ni salió ese combate de la nada, ni de un enojo espontáneo. Se asentaba sobre el sustrato conceptual en que se estaba jugando el vuelco del pensar del siguiente medio siglo: damos por evidente lo que decimos cuando decimos «yo» o cuando decimos «sujeto», pero no lo es. ¿A qué llamamos un sujeto?, se había preguntado Lacan. A una función de lenguaje. Según la RAE, a la «función sintáctica desempeñada por un sintagma nominal que concuerda en número y persona con el verbo». Sujeto es, así, «sujeto de la frase». Y esa sujección es tan transitoria como la frase...
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