Aunque la ley de extradición a China está «muerta» según el Gobierno, las protestas en Hong Kong siguen vivas un mes después de su inicio y se han extendido más allá de la política hasta lo económico y social. Reuniendo a decenas de miles de personas, este domingo ha habido una manifestación en el distrito de Sha Tin, donde se ubica el popular hipódromo de los Nuevos Territorios, y el sábado otra en Sheung Shui, un barrio fronterizo con la megalópolis china de Shenzhen. Aprovechando que Hong Kong es un puerto libre de impuestos, miles de chinos del continente cruzan cada día la frontera y compran numerosos productos, como leche en polvo para bebés, cosméticos, medicinas, chocolate o hasta comida de perros, que luego venden a un precio muy superior en Shenzhen.
Dirigido por oscuras organizaciones que contratan a los «porteadores», este «comercio paralelo» es un estraperlo similar al que hay en España con Ceuta, Melilla o Gibraltar. Pero, debido al gigantesco negocio que genera en China, ha cambiado la fisonomía de los barrios cercanos a la aduana de Shenzhen, donde las antiguas tiendas del vecindario se han reconvertido en comercios para atender a los «turistas» que vienen del otro lado a hacer la compra con aparatosos maletones. Invadiendo ruidosamente sus calles camino de las tiendas y almacenes que les suministran la mercancía, este «comercio paralelo» es otro de los agravios que Hong Kong reprocha a China, que han estallado con la ley de extradición.
Gracias al principio de «un país, dos sistemas», vigente hasta 2047, la antigua colonia británica goza de más libertades que el resto de China. Pero los hongkoneses temen estar perdiéndolas por el control de Pekín. Cada vez que el régimen chino intenta pasar las “líneas rojas” de la libertad sin democracia que tiene Hong Kong, como en 2003 con la seguridad nacional y en 2012 con la educación patriótica, se encuentra con multitudinarias protestas que se van radicalizando. Con el tiempo, las demandas de democracia han hecho florecer un incipiente nacionalismo e incluso un independentismo todavía minoritario, mientras que las manifestaciones pacíficas han acabado con cercos a la Policía y hasta el violento asalto al Parlamento.
«Aunque sabemos que el Gobierno local está controlado por el Partido Comunista y que nuestra libertad es limitada, tenemos que maximizarla para expresar nuestra opinión y presionar a las autoridades», explicaba la semana pasada Peter, un músico de 25 años, en la marcha que acabó frente al criticado tren de alta velocidad a China.
Para el politólogo Jean-Pierre Cabestan, profesor de la Universidad Baptista de Hong Kong, «las consecuencias de tener una sociedad liberal que se resiste a las intrusiones de Pekín, es altamente anticomunista y presiona por una plena democratización, contribuirán a largo plazo a debilitar la legitimidad y régimen único del Partido Comunista. Pero llevará tiempo».
Aunque la censura ha bloqueado en China la información sobre las protestas de Hong Kong, los medios estatales han difundido algunas noticias oficiales atribuyéndolas a «fuerzas extranjeras». «Creo que los manifestantes están pagados», dice una ejecutiva de Shenzhen, que hasta calcula cuánto dinero haría falta para «financiar» manifestaciones que han reunido a entre medio millón y dos millones de personas. Como explica el profesor Cabestan, «el Partido Comunista ha lavado el cerebro a la mayoría de chinos del continente y les ha cegado con su nacionalismo. Muchos piensan que hay una conspiración de EE.UU., lo que es falso porque el movimiento es claramente doméstico y refleja la opinión de la gran mayoría».