«Yo desde el viernes desaparezco del barrio», dice Esteban Benito, vecino de Chueca que se ve obligado, cada año, a dejar su casa durante el fin de semana de las fiestas del Orgullo porque, además del ruido, las basuras y los olores convierten el Centro en poco acogedor para sus vecinos. Lo único malo de «su plan» es que debe aguantar hasta el viernes para poder escaparse, el trabajo manda.
Así, el miércoles, superada la una de la madrugada, «el barrio se convirtió en un enorme botellódromo, incluso colocaron altavoces que torturaban a los que intentábamos dormir», explica este vecino de la misma plaza de Chueva. «Tanto el botellón como los altavoces son ilegales y lo peor es que no se tienen en cuenta los derechos de los vecinos, ¿quién nos protege?», se pregunta. «Esto ni es Orgullo, ni fiesta de ningún tipo, es puro botellón», añade.
La asociación de vecinos a la que pertenece lleva años reivindicando que se cumpla la normativa de ruido, pero no lo consiguen. Por ello, desde la asociación tienen clara una cosa: «Si en la próxima edición, la de 2020 vuelven a no aplicar la normativa y controlan los ruidos, iremos a los tribunales».