MANCHESTER – En una escena de la comedia estadounidense Silicon Valley, las empresas emergentes digitales compiten por lograr financiación presentando sus ideas. En cada presentación, los fundadores de las compañías repiten el mantra de Silicon Valley de “hacer del mundo un mejor lugar”. Uno promete hacerlo a través de “centros de datos definidos por software para computación en la nube”, y otro mediante “bases de datos distribuidas escalables y tolerantes a fallos con movimientos de activos”.
Aunque hoy a menudo se ridiculiza la idea de que Internet “haga del mundo un lugar mejor”, es fácil olvidar que esta década comenzó con un gran optimismo de que las nuevas tecnologías conectaran a las personas, ampliaran el acceso a la información y generaran una abundancia de nuevas oportunidades económicas.
Provengo de Siria, y allí viví algunos de estos potenciales beneficios. En un país con un espacio de debate limitado, la Internet ofreció a los ciudadanos un foro para aprender y conversar. Y tras las protestas de la Primavera Árabe en 2011, jugó un papel importante en la documentación de los acontecimientos y la comunicación de la información. Tras la huida del país de millones de sirios, la Internet se convirtió en la única manera de conectarlos. Un comediante sirio bromeaba que “la sociedad siria existe solo en Facebook”, ilustrando cómo la Internet se convirtió en la única herramienta para que la gente desperdigada por el mundo mantuviera un sentido de solidaridad.
Sin embargo, en la actualidad los gobiernos de todo el mundo están sopesando políticas que socavarían la apertura y el alcance global de la Internet. Y cuentan con muchas herramientas. Por ejemplo, las autoridades chinas hacen uso de una gama de medidas que en su conjunto se suelen denominar como “El gran cortafuegos de China”. Otros países, como Indonesia, Brasil, Rusia, India, Turquía y Nigeria, han considerado –y algunas han implementado- medidas similares en los últimos años. La “ley soberana de Internet” rusa es solo un ejemplo reciente de esta tendencia.
Estas políticas adoptan formas diferentes. Algunos estados están implementando medidas de “localización de datos”, que exigen que estos se alojen en una jurisdicción específica. Otros están usando herramientas y regulaciones que les permiten un mayor control sobre diferentes aspectos de la Internet. Un debate reciente generado por la nueva directiva de derechos de autor de la Unión Europea motivó la creación de un movimiento “Salvemos Internet” (Save Your Internet) para hacer presión contra algunas de sus cláusulas más polémicas. Esta creciente divergencia de políticas y marcos reguladores amenaza con crear un mundo digital cada vez más balcanizado.
Si bien esta amenaza es real, sería erróneo tildar toda política que interfiera con la Internet como un intento autoritario de debilitar la democracia. El aumento de políticas de Internet es también una respuesta a otros dos cambios importantes ocurridos en los últimos años.
Primero, la importancia económica de la Internet ha crecido de manera exponencial, impulsada por su mayor número de usuarios y la creciente adopción de herramientas digitales. En los últimos años ha habido un abrupto crecimiento del comercio electrónico, la computación en nube, la publicidad en línea, los pagos digitales, la infraestructura de Internet y la cantidad de dispositivos conectados. Es probable que estas tendencias prosigan con la expansión de tecnologías como la inteligencia artificial (IA) y el surgimiento de la Internet de las Cosas. Esto significa que una proporción creciente de las transacciones económicas se realizará o estará mediada por la red, poniéndola en el corazón de nuestras economías.
Segundo, la Internet ya no es un espacio abierto en que las emergentes compiten por introducir ideas y crear nuevos negocios. Compañías como Google, Amazon, Facebook y Alibaba se han convertido en enormes empresas que dominan el mercado y que están globalizando sus actividades al ampliarse y comprar firmas en todo el mundo. Como argumenta Shoshana Zuboff en su último libro The Age of Surveillance Capitalism (La era del capitalismo de vigilancia), estas plataformas están formando una arquitectura tecnológica y organizacional que apunta a un control de gran alcance de la economía digital.
A medida que esta economía sigue creciendo, el dominio global de los gigantes tecnológicos amenaza con agravar las actuales desigualdades económicas y tecnológicas. Ejemplo de ello es la extracción de valor por parte de las plataformas digitales en sus papeles de intermediarios, ya sea en transporte, alojamiento, venta minorista o medios de comunicación. En términos más generales, existe el riesgo de que la brecha tecnológica –un factor clave que impulsa la desigualdad global- se amplíe si los gigantes digitales de las economías avanzadas dan pasos a nuevas áreas como la IA y buscan ocupar una posición de infraestructura en y entre economías. El muy bajo nivel de impuestos que suelen generar en los países donde funcionan exacerba aún más este problema.
En consecuencia, muchos gobiernos recibirán una creciente presión para proteger sus economías nacionales, lo que incluye políticas que afectan la naturaleza global de la Internet. Lejos de ser la excepción, el éxito de China en la creación de firmas digitales nativas como Alibaba y Baidu se verá como un modelo para otros países. A los gobiernos autoritarios les resultará más fácil justificar medidas que les permitan un mayor control de la Internet.
Hasta ahora, las iniciativas para luchar contra la fragmentación de Internet se han centrado en impulsar reglas de comercio internacionales para limitar la capacidad de intervención de los gobiernos en la economía digital. Pero algunos países emergentes y en desarrollo temen, con razón, que esas medidas afiancen la brecha digital al aumentar el poder de los ya potentes gigantes digitales. E, incluso si se aprueban, no está clara su eficacia a la hora de limitar la tendencia a la fragmentación digital.
En lugar de criticar cada política intervencionista de Internet, quienes desean salvarla deberían centrarse en contrarrestar las tendencias subyacentes que motivan muchas de esas medidas (o que se podrían usar para justificarlas). Para salvar la Internet global será necesario limitar la concentración creciente del poder en la economía digital y evitar que se convierta en otro motor de desigualdad.
Este artículo se publicó originalemente en Project Syndicate.