Verdad fácticamente contundente y por ello históricamente irrebatible: la nación venezolana fue engendrada en el alma, corazón y mente de lo más granado de la élite civil políticamente activa a principios del siglo XIX. Vale decir, el formal y legal desprendimiento político-administrativo de la Capitanía General de Venezuela de los dictados del imperio que se jactaba de que en sus territorios «jamás se ponía el sol», fue un proceso, por donde se le mire, de carácter civil. Así las cosas, al ser en esencia la declaración de independencia de Venezuela (pionera concreción material de autonomía en Hispanoamérica) una manifestación tangible de la búsqueda del ejercicio temprano de la ciudadanía, la consecuente creación de la única e indivisible república que ha prevalecido hasta la contemporaneidad no puede entenderse bajo ningún otro signo y mucho menos el que se destaca por estar ataviado con uniforme militar. Cualesquiera otras interpretaciones de la independencia nacional son, para decirlo con suavidad, falsarias.
En consecuencia, es un contrasentido y un desaguisado vincular esta fecha magna a la organización castrense, al punto de celebrar con ella el día de la fuerza armada (al respecto, bien podría escogerse uno de los días asociados a la institucionalización de este órgano, ocurrida a principios del siglo XX), y continuar conmemorándola con desfiles militares que lo único que recuerdan es la vigencia de la tragedia pretoriana que, como infeliz constante histórica, ha jugado papel destacadísimo en mantener alejado al país del progreso político y social que implicaría el triunfo de la modernidad. Para colmo de males, agréguese a este absurdo proceder, el que la puesta en escena descrita sirva para reafirmar la identificación con un modelo socioeconómico y político desfasado y fracasado desde sus propios orígenes, más de lo que en contrario indique la desafiante retórica de sus ideólogos.
Poner el énfasis en lo castrense para festejar la audacia política, sólidamente sostenida intelectualmente hablando, de quienes tuvieron la osadía de soñar patria soberana, es, por un lado, demostración palmaria de la mucha ignorancia que colectivamente se mantiene en relación con el verdadero sentido de la historia nacional, y, por el otro, de la inconmensurable orfandad teórica que prevalece en el pensamiento de aquellos que emborronan cuartillas para tergiversar la realidad de los hechos pasados, en aras de justificar en el presente la ignominia de modelos de dominación política para los cuales estorban sobremanera la democracia y la ciudadanía asociada. Persistir en poner el énfasis en lo militar para celebrar la independencia nacional es empeñarse en minimizar la esencia civil del proyecto emancipador e incurrir, una y otra vez, en la maledicencia de arrogarle el carácter fundacional de la patria al jinete ataviado de uniforme; añagaza ideológica pensada para validar el poder que se mantiene por coacción.
Dicho todo lo anterior sin olvidar lo incongruente que luce el hecho de que la celebración del nacimiento de la patria sea encabezada por quienes, día tras día y por las razones que sean, hacen lo indecible para borrar cualquier atisbo de independencia nacional al incrementar la vergüenza del subdesarrollo sintetizada en la sumisión y deuda para con, por ejemplo, el más salvaje de los capitalismos del mundo, o para con imperios de otrora que ahora sólo saben vender armas, o para con países tan atrasados que sobreviven, entre otras cosas, por haberse hecho expertos en triangular productos del mundo globalizado para venderlos a reciclados precios groseramente exorbitantes. Es un exabrupto que festejen el día de la independencia los responsables de que esta tierra haya dejado de ser de gracia. Desluce aplaudir la pérdida del paraíso.
Dejemos atrás el complejo de buscar referentes fundacionales en el bronce de las estatuas. Los padres de la patria fueron civiles. La patria es civil. Punto.
@luisbutto3
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