A don Felipe Calderón se le recuerda y se le va a recordar como el Presidente que enfrentó al narcotráfico, para bien o para mal. Quería ser el “presidente del empleo”, pero la del narco fue una de sus dos etiquetas. La otra es ‘espurio’.
El mote fue obra de su némesis político, el hoy Presidente Andrés Manuel López Obrador. Si el fraude electoral existió o no, el entonces ‘presidente legítimo' se encargó de enquistarlo en la conciencia de los mexicanos.
Durante todo el sexenio el tabasqueño fue enfático en su teoría del robo electoral de 2006, y esto manchó sin duda la percepción hacia el panista, aun cuando este evitó hacer referencias de AMLO durante su mandato.
Para muchos la venganza de Calderón fue en la transición ‘pactada’ de 2012, sacrificando a su partido hasta el tercer puesto en los comicios que llevaron a lord Peña Nieto a la silla presidencial, sin embargo, hoy, el morelense tiene una resurrección política que antoja una versión 2.0 de la afrenta, presentándose ahora él como la antitésis de todo lo que está promoviendo la 4T.
El protagonismo potencial de Calderón radica en que actualmente el Presidente no tiene un contrapeso real, no existe una oposición en forma que equilibre las cirugías públicas, que por momentos, para muchos, devastan el país por lo extremo de las formas.
A Margarita Zavala, ataviada con esa pose peronista o kirchneriana, no le alcanzó para ser ese contrapeso... o no quiso serlo tras su accidentada candidatura.
Para los Zavala-Calderón, la credibilidad es más costosa, tanto por los daños colaterales de su gobierno como por aquella persecución psicológica lanzada por AMLO, sin embargo, don Felipe está aprovechando las fisuras que ahora dejan los métodos de la cuarta transformación de López Obrador, y en el vacío de personajes políticos que los devastados PAN, PRI y PRD, no han podido llenar.
López Obrador tiene en sus manos hoy, un poder increíble, una aceptación avasalladora, una mayoría que le da el voto de confianza, pero no es total, también ha generado un sector que reprocha cada movimiento, un rencor catalizador en orfandad política.
AMLO capitalizó el descontento, pero hoy Calderón tiene su momento.