Se ha discutido mucho –en todos los tonos y con distintas calidades– en los medios y en las redes socio-digitales sobre la división que existe en el país entre los que están obstinadamente a favor del presidente López Obrador y los que critican todas y cada una de sus acciones y declaraciones. Los intelectuales no son ajenos a esta áspera separación en dos grandes bandos, al parecer irreconciliables.
Idealmente, el intelectual tiene la obligación de buscar la verdad y no la de cantar loas a quien detenta el poder, como hicieron los poetas del estalinismo y como lo siguen haciendo los más fervientes seguidores del hoy presidente. Una canción anodina apareció en los medios un mes antes de las elecciones: “Yo te AMLO”, compuesta –es un decir– y cantada por Fernando Rivera Calderón, que el llamado “pueblo bueno” no conoce ni canta ni baila en las calles, como muy forzadamente lo hace la troupé del insulso videoclip. Muy fallida, esa canción quiso reflejar el ánimo festivo que ya se respiraba antes del 1 de julio. Un ánimo que se tornó en un sentimiento revanchista que perdurará, por lo visto, los siguientes seis años, si bien nos va. Al cantante, por cierto, ya le fue bien, pues tiene un programa de humor soso y derivativo en el Canal 22.
Se han expuesto suficientemente las razones que llevaron a treinta millones de votantes a elegir como Presidente a un político que desdeña e insulta vulgarmente a la prensa crítica, al que le incomoda la autonomía de las instituciones, que no entiende de ciencia ni de tecnología ni de innovación –ni de fenómenos climáticos–, que acusa a la disidencia de conservadurismo –miren quién habla– y un largo etcétera que se abulta cada mañana en sus exasperantes homilías.
¿Cuál es la razón por la cual muchos intelectuales están, abierta o solapadamente, con López Obrador? ¿Porque son de izquierda? Ésta es una posible respuesta. Votar contra un régimen corrupto, vale, pero creer al mismo tiempo que el nuevo anuncia tiempos mejores, nunca antes vistos en la historia nacional, tiene mucho de religioso. La Cuarta Transformación es la Tierra Prometida, el paraíso de la democracia perfecta y de un bienestar próximamente nórdico. Para el pueblo y, desde luego, para los intelectuales, que piensan siempre en él y le desean lo mejor. Al alinearse con el líder mesiánico están cumpliendo el papel histórico que muchos se han arrogado. Llegó la hora de su verdad. Si el nuevo régimen es anticapitalista o más de lo mismo ya se verá.
Dice Robert Nozick que: “No todos los intelectuales están en la izquierda. Como ocurre con otros grupos, sus opiniones se extienden a lo largo de una curva. Pero en su caso, la curva se desvía y se tuerce hacia la izquierda política. La proporción exacta de lo que denominamos anticapitalista depende de cómo se fijen los límites: de cómo se interprete la postura anticapitalista o de izquierdas y de cómo se distinga al grupo de los intelectuales. Las proporciones pueden haber cambiado algo en los últimos tiempos, pero por término medio los intelectuales se sitúan más a la izquierda que los que tienen su mismo estatus socioeconómico”.
¿Piensan los intelectuales que apoyan a López Obrador que él y su gobierno son de izquierda? Posiblemente, pero es un tanto complicado calificar de izquierda a un gobierno compuesto en su mayoría de tránsfugas del otrora partido oficial y cercano a empresarios que ahora demandan su tajada del presupuesto. Es casi imposible caracterizar como de izquierda a un Presidente que piensa que es suficiente su palabra y su supuesta honestidad para cambiar lo que está mal en el país.
La discusión entre intelectuales a favor y en contra es escasa. A favor del Presidente se lanzan “argumentos” como que ya era necesario un cambio; ya basta de PRI, derroche y corrupción. Sin mayores matices. Sin observar el entorno del nuevo poder ni los abominables personajes que lo encarnan –exactamente igual que los que conformaron los últimos tres o cuatro gobiernos, por lo menos, y más en el caso de Bartlett y Durazo, por ejemplo. Un voto de confianza. López Obrador no es corrupto. Así de contundentes.
Los ingenuos pensarán que sí, que la 4T se concretará y todos seremos felices –o al menos ellos. Pero de éstos habrá dos o tres. Los intelectuales quieren reconocimiento –desde los tiempos de Platón–, prestigio, puestos de importancia para ellos y sus familiares.
Hace años un escritor “contracultural” que se las da de sesudo lector de filosofía me dijo que confiaba en la honestidad de López Obrador. Por suerte no dijo “valiente”. Hace unos meses otro escritor de relativo éxito, más joven, se mofaba de las cuentas de Meade sobre el nuevo aeropuerto y el costo que causará a las finanzas nacionales, aunque desde los salvajes recortes a la cultura ya se atreven a esbozar graciosos mohínes críticos contra la 4T.
Nada humano me es ajeno; los intelectuales no dejan de ser, ay, tan humanos.
¿Hasta dónde llegará su apoyo? ¿Hasta dónde su voto de confianza?