¡Odio esa fotografía!, admitió el presidente estadunidense Donald Trump ante los periodistas que le preguntaron por la imagen de los cadáveres de los salvadoreños Óscar Martínez y su hijita Valeria, de dos años, ahogados en el río Bravo, una gráfica que le dio la vuelta al mundo.
En Matamoros junto con su esposa Tania Dávalos, se arriesgaron a cruzar los tres el río, pero Óscar y Valeria se ahogaron. Tanía regresó a su país viuda y con los cuerpos de sus seres queridos en dos ataúdes.
Es una de las muchas tragedias cotidianas de los migrantes, aunque solo conozcamos las más dramáticas. Para unos todo termina con la muerte, para otros, la vida será mucho más difícil, como el caso de Samuel Hernández Romero, otro salvadoreño de 33 años de quien contaremos hoy su historia.
Enumerar los motivos que tienen los migrantes para abandonar sus países de origen es imposible. Muchos de ellos dicen que es por falta de empleo, pobreza y oportunidades para progresar.
Se imaginan y creen que en los Estados Unidos encontrarán riqueza y todo lo que han soñado. Se deslumbran, se dejan convencer por las mentiras que los polleros les dicen.
Ilusionados, venden cuanto tienen. Seguros están que de una manera fácil y rápida llegarán a Estados Unidos. En busca del sueño americano salen de sus lugares de origen, sin saber que ese sueño muy pronto se les convertirá en una horrible pesadilla.
Tal y como le sucedió a Samuel Hernández, quien salió de su país solo con la bendición de su madre y con lo que traía puesto.
El dinero que había juntado lo entregó de inmediato para que lo anotaran en la lista de los viajeros... que pronto se convertirían en migrantes.
Samuel, de forma temeraria, estaba dispuesto enfrentarse a todo. Vencer obstáculos. Tenía fortaleza y el deseo de realizar a cualquier precio su sueño americano.
Cruzar de Guatemala a México fue relativamente fácil, pero desde el momento que se encontró en Chiapas, se dio cuenta que su fortaleza iba a ser insuficiente.
Se sorprendió cuando se percató que no era el único al que llevarían a los Estados Unidos, sino a cientos de migrantes que al igual que él soñaban con un mundo mejor.
En los primeros días, Samuel comió y se aseó en los albergues. Ahí esperó a que llegara otro de los tráileres que los polleros habían contratado.
El viaje desde un principio fue más horrendo de lo que pudo imaginar. Más de 100 personas iban en la caja del enorme vehículo, entre mujeres, hombres y niños.
Poca ventilación y sin poder sujetarse de nada. Cada que el tráiler frenaba o tomaba alguna curva, los migrantes caían unos sobre otros.
Las mujeres gritaban y los niños lloraban, pero tenía que resistir. En esa ocasión Samuel, sofocado por el calor y la falta de aire, se sintió desfallecer.
Sin embargo resistió, pero varias horas después sintieron que el tráiler aminoraba la velocidad. Todos quedaron en silencio. Asustados vieron que abrían la puerta de la caja.
Eran policías federales que habían detectado la carga humana que el trailero llevaba. Todos los migrantes lamentaron lo ocurrido.
Retuvieron a los indocumentados. Los llevaron hasta un albergue ubicado en Oaxaca. Todos al igual que Samuel pensaban que los regresarían a sus países de origen.
Pero Samuel no estaba dispuesto a fracasar. Mientras permaneció en el albergue, él y otros migrantes pensaron que lo mejor sería escapar e irse por su cuenta en el tren.
Uno de ellos, que en otras ocasiones había hecho el viaje en tren, les dijo que era más fácil que ir como sardinas.
Aunque le dolió perder los dólares que le había pagado al pollero... junto con otros más subieron al tren de carga. La trayectoria era larga.
Samuel se sintió con más bríos y se preparó para soportar las temperaturas extremosas. Fuertes calores, inclementes fríos y el hambre.
A pesar de que viajaba en el techo de los vagones iba más cómodo que en el tráiler. El tren se detuvo en varios estados.
En la Ciudad de México abordó el que llegaría más cerca de la frontera con Estados Unidos. El ánimo de Samuel no desfallecía,
Cuando el tren estaba por llegar a Monclova, Coahuila, Samuel se alegró y pensó: “Mi sueño americano ya está a pocas horas”...
Samuel creyó que una vez que estuviera en la frontera, todo lo demás sería más fácil. Volteó al cielo y aunque aún no era de noche lo vio ennegrecido. Enseguida se desató una tormenta.
El tren disminuyó su velocidad. Samuel, empapado, dio unos pasos sobre el techo del convoy. Resbaló. Parte de su cuerpo cayó sobre las vías.
Un grito de dolor se escuchó... y sin saber lo que le había sucedido quiso arrastrarse sobre el lodo y los charcos. Perdió el conocimiento.
Por suerte, los vigilantes de la estación ferroviaria descubrieron el cuerpo ensangrentado de Samuel. Cuando llegó la ambulancia, agonizaba.
Por su gravedad, de Monclova lo trajeron a Monterrey, al hospital Universitario. Samuel estuvo sedado durante varios días y cuando pudo reaccionar se vio en cama vendado.
Recordó. Sus ojos se llenaron de lágrimas. El tren le había amputado la pierna derecha y el pie izquierdo. Ya no podía caminar. Estaba solo, incapacitado y lejos de su país.
Samuel, bañado en lágrimas, pensó en su madre. Ella le había dicho que no la dejara sola. No la quiso escuchar. Estaba arrepentido.
Para la familia Martínez Dávalos terminó su sueño americano con la muerte de Óscar y su pequeña Valeria.
Para Samuel, su pesadilla apenas empieza. Dejó los pies en el camino, pero conserva la esperanza y el optimismo de que, pese a su tragedia, buscará ser un triunfador, aunque no sea en Estados Unidos.
