En su celda húmeda, con goteras y paredes atestadas de salitre, el cartujo enciende una vela. El Sol comienza a ocultarse y él quiere continuar revisando algunos libros y documentos sobre Benito Juárez, uno de los personajes más fascinantes y complejos de la historia nacional, modelo de Andrés Manuel López Obrador, quien, “legítimamente ambicioso”, quiere pasar a la posteridad no como Carlos Salinas de Gortari, Felipe Calderón o Enrique Peña Nieto. Eso nunca. Lo dijo el 21 de marzo de 2018 en MILENIO Tv: “Quiero pasar a la historia como Juárez, como El apóstol de la democracia, Francisco I. Madero, y como el general Lázaro Cárdenas del Río y no es ego, es buscar ser ni siquiera hombre de Estado, quiero ser hombre de nación”.
Como el Benemérito, López Obrador es profundamente religioso. En Discursos y manifiestos de Benito Juárez, recopilación de Ángel Pola, editada por él mismo en 1905 (disponible en línea), su apólogo Félix Romero dice: “Juárez rendía culto a la Providencia, la patria y la ley”. Como gobernador de Oaxaca y en sus primeros años como presidente de la República, sus discursos incluían expresiones como las siguientes: “Ayudadme (decía a los diputados) a pedir a la Providencia Divina, me conceda su poderoso auxilio para procurar la felicidad de mis hermanos” o “Dios protege la santa causa de la libertad”. Era católico ferviente, pero cuando fue preciso no dudó en separar a la Iglesia del Estado, la política de la vida espiritual, y refiriéndose a los obispos y sacerdotes promotores de la violencia en el país, dispuestos a todo para derribar el poder constitucional, dijo: “Han invocado el nombre sagrado de nuestra religión, haciéndola servir de instrumento a sus ambiciones ilegítimas”. Por eso —señala Romero— fue depurando sus ideas religiosas y después de la Guerra de Reforma, de sus tres cultos “los que permanecieron incólumes en medio de tantas borrascas y vicisitudes, fueron su culto a la patria y su culto a la ley”.
Si Juárez no hubiera muerto…
Con Juárez —afirma la historiadora Patricia Galeana—, México “se define como Estado republicano, federal y laico”. No ha sido fácil en nuestro país mantener a la religión alejada del quehacer político. Ahora, sin embargo, López Obrador ha abierto las puertas de su gobierno a la Confraternidad Nacional de Iglesias Cristianas Evangélicas (Confraternice) encargándole la distribución y el estudio de la Cartilla Moral de Alfonso Reyes. Para hacerlo, en entrevista con Grupo Fórmula, Arturo Farela, pastor y presidente de esa organización, dijo: “Tenemos varias estrategias, la primera es que la haremos llegar a las iglesias de Confraternice y ya cada pastor se encargará de entregarla a cada miembro de la iglesia”, luego, como lo hacen habitualmente en su labor proselitista, la distribuirán casa por casa. Esto, dicen López Obrador y Farela, no viola la laicidad del Estado.
Confraternice auxiliará al gobierno federal en otras actividades tendientes a elevar la vida espiritual de los mexicanos, entre ellas, escribe Guillermo Sheridan, “difundir la palabra de Dios en las cárceles del Sistema Penitenciario Federal para llevar a la senda del bien a los presos”. A cambio de sus servicios, continúa el escritor, Confraternice, contraria a la ciencia, a la academia, al matrimonio igualitario, a la adopción por parte de parejas gay, “espera que el gobierno modifique las leyes sobre los impuestos a las asociaciones religiosas y las que les impiden tener concesiones de radio y tv”. ¿Se conformarán con esto? ¿AMLO es fiel al espíritu juarista y al Estado laico con estas alianzas?
La selecta minoría
El amanuense escribió hace varios años sobre Manuel Balbas (o Balbás), apologista de Juárez, quien hablaba de la necesidad de combatir la idolatría atávica hacia el héroe. Contra esa actitud idólatra se pronunciaba también Martín Quirarte, autor de libros como Relaciones entre Juárez y el Congreso (Miguel Ángel Porrúa, 2006), quien, según Patricia Galeana, su alumna y adjunta en la UNAM, “fue un católico-juarista, ecuánime, ponderado y apasionado, cuyos trabajos son lectura obligada tanto para especialistas como para el lector interesado en la historia”, como le comentó al periodista Carlos Paul.
Quirarte afirmaba: “Frecuentemente se dice que Juárez fue autor de una Revolución que se llevó a cabo con el apoyo del pueblo mexicano. La verdad es que Juárez estuvo secundado por el esfuerzo de una minoría selecta, muy audaz y muy resuelta, pero al fin y al cabo una minoría. Ese fue su gran mérito, realizar una obra sobreponiéndose al deseo de la mayoría, enfrentándose a viejos hábitos, destruyendo creencias seculares. ¿Para qué crear mitos cuando nuestra realidad es más bella que todas las ficciones?”
Estudioso de la vida y obra de Juárez, López Obrador seguramente sabe verdaderas las palabras de Quirarte, y si quiere pasar a la historia como él, debería empezar a rodearse de los mejores en vez de seguir con un gabinete en su mayoría de mediocres y resentidos, de cartuchos quemados temerosos de cuestionar las decisiones de su jefe —como lo hizo el joven Juárez como secretario del general Antonio de León, “negándose a autorizar sus actos cuando salían de la esfera de la razón y el derecho”, según Félix Romero. Este es, entre tantos otros, uno de los problemas del líder de la 4T: avanzar en hombros de enanos, aunque tal vez así es feliz.
Queridos cinco lectores, con tristeza en el corazón por la muerte de su viejo amigo H. Pascal, un hombre bueno, maestro generoso, escritor y editor infatigable, El Santo Oficio los colma de bendiciones.
El Señor esté con ustedes. Amén.