Para Shadia
Hace unos días, el senador colombiano del Centro Democrático, Ernesto Macías, escribió el siguiente tuit para buscar llevar ante la justicia al prófugo ex guerrillero de las FARC, Jesús Santrich: “El caso del narcotraficante ‘Santrich’ no debe sorprender. Fue advertido y todo se le sirvió en bandeja: la JEP impidió su extradición; el Consejo de Estado le reconoció fuero sin tenerlo; y la Corte Suprema no ordenó su captura. Ahora, confiar en @Interpol”.
El problema es que en lugar de arrobar a la Organización Internacional de Policía Internacional, la Interpol, dirigió su mensaje a la banda de rock estadunidense del mismo nombre, liderada por Paul Banks, de quien hasta el momento no se conoce haya realizado labores de contrainsurgencia algunas. El senador borró rápidamente el tuit, disculpándose con el lema de que es de humanos errar, pero si algo nos ha enseñado el psicoanálisis es que los actos fallidos a menudo revelan mucho de aquello que buscamos ocultar. Quizá el senador Macías nos ha ofrecido la clave para buscar en la música aquello que la política contemporánea simplemente no parece capacitada para ofrecer.
Es cierto también que en buena medida por culpa de Bono, las relaciones entre música y política atraviesan un momento desafortunado. No es fácil olvidar aquella portada de la revista Time del 4 de marzo de 2002 en la que aparece Bono, mostrando el interior de una chamarra donde se encontraba bordada la bandera estadunidense, con la leyenda: “Can Bono save the World?”. También está la revelación de que en Abu Grahib, Guantánamo y otros centros de detención ilegales se torturaba a presuntos terroristas con música de Metallica a todo volumen, para extraerles confesiones. Aun así, vale la pena considerar algunos potenciales usos sociopolíticos de la música.
De entrada, se podría copiar el sadismo estadunidense y aplicarlo a nuestros ex gobernadores presos, encerrándolos en un cuarto donde suenen Timbiriche y Luis Miguel las 24 horas, con una pantalla que transmita sin cesar la boda de Lucero y Mijares, hasta que confiesen en qué paraíso fiscal se encuentra el dinero desviado. O pensemos en los usos terapéuticos que podría tener la música de Pink Floyd para los casos más agudos de paranoia, confirmándole a los pacientes que sus pensamientos más retorcidos y oscuros formaban en efecto parte de la realidad. Aunque existan miles de posibilidades más, tal vez nadie lo haya expresado mejor que Homero Simpson, cuando le dice con gran alivio en un festival de rock a los Smashing Pumpkins: “Gracias a su música sombría, mis hijos han dejado de soñar con un futuro que jamás podré ofrecerles”.