No estoy seguro que el mundo que estamos heredando a las nuevas generaciones sea el mejor.
Ni creo que la sociedad que hemos venido construyendo sea la deseable.
Algo pasó en cierto momento que se dejaron de respetar las reglas de convivencia social, que pasamos a dañar nuestro medio ambiente, en fin, que empezamos a atentar contra nosotros mismos.
Quienes ya pintamos canas y tenemos la dicha de contar con nietos o bisnietos, sabemos que no siempre fue así. No entraré en detalles o ejemplos, pues no planteo una vuelta al pasado (por lo demás imposible) ni busco compartir una visión nostálgica.
Lo que considero importante es destacar que no todo está mal entre los jóvenes; también están pasando cosas en sentido positivo, por ejemplo: en un número cada vez creciente de jóvenes hay una toma de conciencia de lo que debe corregirse, de la necesidad de organización ciudadana, de los cambios que hay que impulsar para frenar el deterioro que nos afecta a todos.
Con ellos y con los niños –de manera especial- hay que trabajar para que pueda concretarse.
Relaciono lo señalado con declaraciones recientes de la escritora Elena Poniatowska, donde celebra que vuelva a enseñarse el civismo en las escuelas, pero destacando que por su relevancia no debe considerarse una materia o asignatura “de relleno”.
Con su propio ejemplo, alude a lo que aportaron a su formación quienes le impartieron civismo en sus años escolares. Este planteamiento nos anima a comentar que resulta pertinente, en los tiempos que vivimos, lograr una recuperación del ya perdido optimismo pedagógico.
La escuela debe retomar la función formadora, no sólo instructora, y qué mejor que lo haga a partir de volver a trabajar la educación cívica.
No olvidemos que civismo viene del vocablo latino civis que se puede traducir como ciudadano y, por lo tanto, su enseñanza debe conducir a una educación para el ejercicio de la ciudadanía.
Ello exige el conocimiento de los derechos y obligaciones, de las normas de convivencia social, pero sobre todo una actitud, fundada en la voluntad, de respeto y práctica de las mismas, pues el cómo nos comportamos, en sentido negativo, no siempre es por desconocimiento.
El respeto a los derechos de los demás, el cuidado de los espacios públicos, entre otras muchas acciones, deben fomentarse desde temprana edad en familia y afianzarse en la escuela.
Esto no es una visión ingenua; es factible y contribuirá a disminuir la violencia y mejorar nuestra sociedad.
gabriel_castillodmz@hotmail.com