Christine Lagarde (París, 1946) tuvo muchas vidas y era una de las abogadas de negocios más famosas del mundo antes de dejarse tentar por la política por Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy, para convertirse por méritos propios en una de las financieras más poderosas en la nueva geografía económica mundial.
Lagarde nació en el seno de una familia de clase media, con padres profesores de letras clásicas, en un distrito parisino poco acomodado (el IX). Nadadora olímpica a los 15 años, como miembro del equipo nacional de natación sincronizada. Su padre murió un año después. Profesora, su madre educó sola a sus cuatro hijos en una escuela católica. Lagarde marchó muy joven a los EE. UU. donde comenzó a estudiar derecho y comercio con una beca. Llegó a ser asistenta de una senador republicano, en Washington. De vuelta Francia, siguió estudiando, derecho y comercio internacional.
Comenzó inmediatamente una carrera excepcional, como abogada, en París y Nueva York, en uno de los grandes gabinetes especializados en comercio internacional, Baker McKenzie, donde llegó a ejercer las máximas responsabilidades. Puesto que llegó a compaginar con su asesoría en el Center for Strategic and International Studies, donde coincidió con Zbigniew Brzeziński, secretario de Estado, trabajando junto en las relaciones Europa y EE.UU.
Cuando Jacques Chirac le propuso ser ministra de Comercio Exterior, el 2005, Lagarde ya era una abogada internacional de reputación trasatlántica. Cuando Nicolas Sarkozy la nombró ministra de Economía, dos años más tarde, Lagarde ya caracoleaba en el ranking de las mujeres más influyentes del mundo. Junto a Sarkozy, durante la gran crisis financiera del 2008, se ganó una reputación excepcional, calificada por Financial Times como la mejor ministra de economía de la zona euro. Esa fama, trasatlántica, la condujo directamente a la dirección del FMI, tras el legendario escándalo sexual que arruinó la carrera de su antecesor, Dominique Strauss-Kahn (DSK), que fue, durante años, la gran esperanza fallida del socialismo francés.
Su fama continuó creciendo, Time, Forbes, Financial Times, la instalaron en el «altar» de las grandes figuras mundiales, elogiada de manera unánime por personalidades de la más diversa sensibilidad, de Angela Merkel, canciller de Alemania, a Pascal Lamy, exdirector de la Organización Mundial de Comercio.
Imputada, durante un tiempo, en un oscuro escándalo de presumidos favores a un «hombre de negocios» muy polémico (Bernard Tapie), salió indemne de todas las presunciones, para continuar consolidando su fama de gran negociadora. Divorciada, madre de dos hijos, recompuso su vida con un hombre de negocios de Marsella.
Durante la crisis griega, en la zona euro, fue Lagarde quien intentó suavizar la posición de Alemania, ofreciendo un cierto respiro al Gobierno de la pareja que formaban Alexis Tsipras y Yanis Varoufakis. En EE.UU., favoreció una negociación entre demócratas y republicanos que evitó una crisis presupuestaria catastrófica para la economía mundial. Al frente del FMI, favoreció una reforma que dio más peso a los países emergentes.
Antes de ser designada presidenta del Banco Central Europeo (BCE), nunca ha estado al frente de ningún banco, privado ni público. Gestora y negociadora de reputación mundial, no es exactamente una novicia en el terreno inflamable de la gestión monetaria de la zona euro: ha participado activamente, durante más de una larga década, en París, en Bruselas, en Berlín, en Washington, en las más delicadas negociaciones políticas y monetarias, con una sensibilidad menos técnica y más política que la de ningún banquero de ningún Estado.
En la gran tradición francesa, de Luis XIV a Emmanuel Macron, pasando por Napoleón, de Gaulle, Mitterrand, Chirac y Sarkozy, Christine Lagarde tiene una visión política y estatal del liberalismo económico, menos «prusiana» que «mediterránea». Visión relativamente alejada del rigor que tradicionalmente se presta a los ministros alemanes de economía, mucho más sensible a la gestión política de la zona euro de la tradición francesa. Instalada en su despacho del BCE, con responsabilidades muy estrictas, Lagarde quizá esté obligada a componer con los intentos de presión que no dudarán en ejercer los partidarios del «rigor» (Berlín y Europa del Este) y los partidarios de una cierta «flexibilidad» (París y la Europa mediterránea).