España limita al norte con el no de Iglesias a facilitar la investidura de Sánchez si no le hacen ministro. Al sur, con el no de Sánchez a hacer ministro a Iglesias. Al este, con el no de Abascal a facilitar Gobiernos de la derecha si Rivera no firma con él acuerdos programáticos. Y al el oeste, con el no de Rivera a firmar acuerdos programáticos con Abascal. ¡Es fantástico! Queda menos espacio en el escenario público para hacer política que un un ladrillo para bailar un chotis. Los partidos, en contra de lo que recomiendan los manuales al uso, han abandonado la senda de los mensajes positivos para instalarse en la exaltación de los negativos. Y lo asombroso es que son tan cenutrios que todos piensan que los ciudadanos entenderán sus razones particulares para encastillarse en el inmovilismo y castigarán las de los demás.
La obstinación más difícil de entender, dadas las fechas en que nos movemos, es la de Vox. En Murcia, el jueves pasado, el partido de Abascal acreditó la firmeza de sus exigencias: sin la rúbrica de los tres triunviros del bloque de la derecha en un documento que acredite un acuerdo trilateral, no habrá investiduras. El PP ya sabe que la amenaza no es un farol. O hay firma conjunta antes del martes a las doce de la mañana, que es cuando acaba el plazo para la presentación de candidaturas, o a Isabel Díaz Ayuso le pasará en Madrid lo mismo que a López Miras en Murcia. Y no por culpa de diferencias ideológicas entre los partidos implicados en la operación, sino por el empeño de uno de ellos —el más pequeño— a salir en la foto en pie de igualdad con los otros dos. ¿Acaso tiene algún sentido?
No creo, por muchas vueltas que le doy, que la situación murciana y madrileña sean equiparables. En la primera hay una combinación alternativa —PSOE más Ciudadanos— que podría explicar el empeño de Vox por hacerla posible. Aunque pueda parecer paradójico, a Vox no le vendría nada mal que ese pacto se consumara. Puestos a no participar de las mieles del poder, es mejor para ellos formar parte de la oposición a una coalición de centro izquierda que convertirse en el estrambote de un Gobierno de centro derecha. En el primer caso podrían exhibir músculo en un combate ideológico que reafirmara su identidad frente a los adversarios. En el segundo, en cambio, quedarían condenados a ser la simple mosca cojonera de un convenio de afines. En lugar de héroes se convertirían en villanos.
Si Abascal lograra echar a Rivera en brazos de Sánchez, los papeles del reparto de la escena política cambiarían. Con Ciudadanos desplazado a la izquierda, el PP pasaría a ocupar el centro y Vox reemplazaría a la formación de Casado como referencia genuina de la derecha. La estratagema no sería disparatada si fuera factible. El problema es que no lo es. Aunque pudiera funcionar en Murcia, en Madrid la suma de PSOE y Ciudadanos no alcanza la mayoría absoluta. Para que los centristas se movieran hacia la izquierda sería necesario que pactaran también con alguna de las marcas podemitas. Una hipótesis descabellada. En Madrid no hay plan B. Si no gobiernan PP y Ciudadanos, la alternativa no es un gobierno de centro izquierda que le ceda a Vox la marca de la derecha, sino la repetición de las elecciones.
Al mantener en Madrid las mismas condiciones que exige en Murcia, Vox coloca la investidura de Díaz Ayuso en un callejón sin salida. Para evitar la cita con las urnas —que según todos los pronósticos supondría para ellos un castigo mayor que para el resto—, alguien debe apearse del burro. O Ciudadanos rubrica el acuerdo con Vox, o Vox deja de exigírselo. Pincho de tortilla y caña a que lo primero no pasa. Si Rivera se mantiene firme ante Sánchez, ¿cómo va a reblar ante el último de la fila? Así que todo depende de que Espinosa de los Monteros deje de jugar a ser Metternich —salta a la vista que Dios no le ha llamado por ese camino— y Abascal retome las riendas de su partido. De lo contrario vamos al cenagal.