Mar de Barents. Lunes 1 de julio. 9 de la mañana. Un incendio iniciado en el compartimento de baterías del submarino nuclear ruso AC-31 se extiende rápidamente por la nave. La tripulación trata de extinguirlo. El capitán de segundo rango Dmitri Soloviov decide sacar de la zona afectada a un especialista civil que se encontraba a bordo. Y cierra la escotilla para evitar que las llamas se propaguen, protegiendo también el reactor nuclear. Soloviov no sobrevivió. Murió a causa de los gases tóxicos junto a otros 13 militares de élite, según afirma el Ministerio de Defensa de Rusia. El Gobierno ha declarado alto secreto el caso, pero la tragedia ha puesto bajo el foco al submarino nuclear —un proyecto único y clasificado apodado Loshárik— y la misión que realizaba.