AMANECE y a través de la ventanilla se ve el disco rojo del sol al borde de la tierra, una corona de montes azules, el reflejo de un lago de acero. El avión flota y prosigue su descenso hacia una bruma de la que asoma un ensanche de viviendas de aire chino; luego surge la ciudad, del color de la arcilla, y la pista de aterrizaje. Cuando el artefacto toca tierra, la megafonía del vuelo 713 de Ethiopian Airlines procedente de Madrid anuncia la llegada al aeropuerto internacional Bole de Adís Abeba. Los pasajeros se estiran, recogen sus bultos, encienden los móviles. Un empresario agrícola alemán con una explotación de 300 hectáreas en el sur de Etiopía se despide de su colega de asiento, que dirige uno de los grandes hoteles de la ciudad. Han hecho buenas migas. Se vacía el avión y entre los restos queda algún ejemplar de The Economist que entregaron anoche las azafatas. En la portada lleva un titular muy oportuno: “La nueva disputa por África”.