Al grito de «Que vuelva Carmena», los festejos del Orgullo Gay se han convertido estos últimos días en inmejorable soporte de la movilización que la izquierda emprendió contra el nuevo alcalde de Madrid, incluso antes de que tomara posesión de su cargo. Ni siquiera ha pasado un mes desde la toma de posesión de José Luis Martínez-Almeida, cuya gestión sigue siendo una incógnita para los vecinos, y las protestas se suceden como expresión del prejuicio y el supremacismo moral con que la izquierda actúa para sacudirse su frustración política y electoral.
La campaña desatada contra la paralización de Madrid Central, fiasco medioambiental que ni siquiera el anterior equipo municipal tuvo tiempo de evaluar y ajustar; las críticas por la recuperación viaria de la calle Galileo, demandada por los vecinos desde el mismo momento en que el equipo de Carmena la intervino e inutilizó; las denuncias por la cancelación del concierto de un apologista del terrorismo etarra, cuando fue su contratación la que debería haber provocado la indignación de los madrileños, o la artificiosa polémica generada por la colocación de la bandera arcoíris en la fachada consistorial son reflejo del modus operandi de una izquierda que calló ante las tropelías, la inoperancia y las «sugerencias» del anterior equipo municipal y que ahora muestra su escasa calidad democrática al prejuzgar a quien desde mucho antes de su elección ha dado muestras de mesura y templanza. La crítica constructiva y el control a las administraciones públicas es tarea de todos, incluso una obligación cívica que contribuye a mejorar la esfera pública, pero la persecución que desde hace tres semanas sufre Martínez-Almeida nada tiene que ver con su actuación política, sino con la genética reaccionaria de unos rivales que no aceptan la derrota ni el cambio, aunque sea a mejor.
